De Mary Robison, si no me equivoco, en España sólo se habían publicado los 30 cuentos contenidos en Dime (en Alba Editorial), que no he leído. Por qué haría yo es la novela estructurada en fragmentos que publicó en 2001 y que, por misteriosas razones que se me escapan, aún no se había traducido en España. Esto ya lo he dicho mil veces: me sorprende que, en una época tan marcada por las reivindicaciones de las autoras, alguien con un libro tan rompedor y admirable como Mary Robison (de total actualidad, aunque la obra en cuestión tenga ya 20 años) permaneciera poco menos que en el olvido. Pero en la editorial Malas Tierras están muy atentos a todos esos textos que aquí están al margen o que eran inéditos, los de esos escritores que, si alcanzan un éxito notable en este país, serán “arrebatados” por las grandes editoriales.
Por qué haría yo, como apuntaba antes, es una novela estructurada en fragmentos, pequeñas píldoras muy narrativas y a la vez muy cinematográficas, que funcionan como impactos propios de una película de los Coen. La narradora es una mujer que arrastra varios fracasos y varios cansancios: sufre de déficit de atención, a menudo discute consigo misma, se ha divorciado varias veces, tiene una hija con problemas (está en tratamiento con metadona) y un hijo con problemas (traumatizado y jodido por la violación a que lo sometió un tipo), su gata se ha perdido por el barrio, se ha echado un novio nuevo que apenas cuenta con un vocabulario decente y, por si fuera poco, trabaja como revisora de guiones y siempre está rebelándose contra sus superiores.
Robison trata estos fracasos y trastornos con un humor corrosivo, como si el mundo estuviera aún más desequilibrado que la narradora y ésta lo mirase todo con el asombro y la fascinación de quien está contemplando un circo. A las coordenadas habituales del paisaje norteamericano tan propio del cine y de la literatura (moteles, carreteras, bares, restaurantes, centros comerciales…), los lugares y no lugares por donde el personaje merodea, les aplica esa mirada con un punto de locura y de extravagancia que, como digo, la asemejan un poco al cine de Joel y Ethan Coen o incluso a veces al de Alexander Payne.
La protagonista va dando bandazos entre las disputas con sus superiores, los debates domésticos con su vecina y su mejor amigo, el consumo de pastillas, sus derivas con el coche, sus observaciones descacharrantes… Y, así, entre fragmento y fragmento, uno se va enamorando del libro, como sin duda les sucedió a quienes lo premiaron tras publicarse y a todos esos jefazos de la literatura que veneran a Mary Robison (y cito: Richard Ford, Barry Hannah, John Barth, Richard Yates…). Porque no hay duda: escribió una novela muy seductora, un cóctel de escrutinios cómicos, personajes extravagantes y cierto hartazgo de una sociedad que a menudo nos convierte en el antihéroe de Un día de furia.
Los fragmentos a veces van numerados y, a veces, en lugar de un número llevan un título. Aquí, unas muestras, con espléndida traducción de Ce Santiago:
Simples máquinas
A mis exmaridos les recordaría:
-Seguimos a la espera de vuestros mejores deseos o de alguna postal que muestre preocupación, de vuestro derroche y de que nos ofrezcáis ayuda. Vosotros, que alguna que otra relación guardáis con mi hijo.
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213
Rebusco en mi bolso, extraigo algo, lo uso y lo vuelvo a meter. Puede que más adelante necesite otra cosa. Esto es mi vida, de lo que está hecha de verdad mi vida.
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218
No es nada, pero mientras tomo mis notas para mañana relleno una página entera y no paso a una nueva. Me limito a apretar fuerte con el boli y a escribir encima de lo que ya había escrito.
Voy a mandar esa puta tele a la carretera de una patada.
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272
Me gustaría preguntar a todos mis maridos, por si acaso tengo que rellenar alguna vez un formulario:
-¿A qué os dedicabais?
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Estamos en guerra silenciosa
Digo:
-Estaría contenta con la habitación si tuviera una mopa.
-No –digo con un suspiro–, eso no es verdad. La cosa no acabaría ahí.
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383
No voy a ninguna parte, he salido sin más a ver cómo se va a alguna parte, cómo se cruza el barrio, y soy incapaz de imaginar en qué piensa la gente. Ni soy un poli ni, por ahora, alguien a quien se le ha perdido una mascota, y aun así aquí estoy.
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Te conozco, conozco tu corazón
-Bueno –digo–, y ahora qué.
-Aaah, sabes perfectamente el qué. Vas a ordenar las facturas de desplazamiento y a llevárselas a tu gestora.
Mi niña interior, mi alter ego, pregunta:
-¿Podemos hacer otra cosa, como una fiesta o ir a los coches de choque?
-Pues no, no podemos –digo–. Porque ni tolero ni tengo paciencia para esas historias, para cosas que son, la verdad, de niños. Ni siquiera para un juego tan intenso como Serpientes y escaleras tengo paciencia. Y la tele está justo al límite.
-Entonces supongo que no queda otra que trabajar.
-Supones bien –digo.
[Malas Tierras. Traducción de Ce Santiago]