Ana María Matute: Demonios familiares.
Destino, 2014. Prólogo de Pere Gimferrer. Epílogo de María Paz Ortuño.
Hay autoras, autores, a los que nos adherimos de modos misteriosos, quizá por sentirlos como un hueso propio o un trozo de piel.
Demonios familiares fue la última obra de Ana María Matute (1925-2014). Una novela inconclusa surgida a partir de Paraíso inhabitado (2008), texto del que fue alejándose sin rasgar del todo su hilo compartido.
Quien conoce el dolor —como Matute— sabe que de él no se sale de golpe. Desde la profundidad de cada cual, mirando el suelo, barremos el polvo acumulado. El palo de la escoba nos sostiene. Con cada viaje de cepillo trazamos un baile personal hacia el desván, el sótano o la entrada, buscando luz o revelaciones de aparición incierta.
Los grandes cambios suelen llegar de la mano de lo inesperado. Somos de una forma hasta que descubrimos en nosotros un insólito costado, y ese nuevo filo nos altera irremediablemente.
Una casa, una guerra, un bosque, un ambiente opresivo. Lo callado infecta el aire y coloca ante los personajes el peso de su porvenir. La dificultad de encontrar la verdad se advierte y se respira. Los incendios íntimos se entrelazan. El deseo y el temor aparecen como batientes unidas.
Para muchos grandes (Matute entre ellos), escribir implica corregir sin tregua hasta desnudar lo esencial. Igual que frente a esta obra inacabada, es tarea nuestra imaginar qué pasará mañana, primero de enero de 2021. Pedir vida será, quizá, lo primario y elemental.