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A días tuve la sensación de estar atorado en una arqueta en medio de la nada, céntrico entre cuatro lados de un cubo perfecto. Sin embargo, en mi boca asimétrica y complacida de un tejido de retales que ahora desconozco, todavía era posible vomitar fragmentos de un diccionario insuficiente, como una arcada de paz y serenidad. En aquel nuevo mundo oscuro, con mi traje hecho con bolsas de basura y la respiración suspendida por momentos, las uñas me crecían hacia la tierra y acababan por pudrirse.
El pubis negro y los huevos negros. El tabaco negro y un libro negro. Los gatos negros y el futuro negro. El humor negro y el corazón negro. El dinero negro, el mercado negro, los trapos negros. Los negros. Los zapatos negros, el jersey negro, el vestido negro, el coche negro, el espacio en negro. La viuda de negro y el viudo de negro. El luto negro en un país monocromo.
Estupor, miedo, interrogantes... Durante todos estos días en mi mente solo ha rondado una idea: cómo hacer fuego con un lápiz. Y para cuando pase todo, intentar tiznarme con aquellos rescoldos que aún me sobrevivan, antes de ser ceniza. No sabría desentrañar este maremágnun de acontecimientos y emociones, ordenarlos y ser exacto en mi juicio. Mejor, agrupar todos esos trozos en fardos, para después sumergirlos y que se disuelvan poco a poco en el agua con sal de la memoria.
Gsús Bonilla,
de Aviario. Cuaderno de Excusas (Altolibro, 2020)