Jock Sturges.
Donde nadie enciende las luces ni limpia de maleza los viejos rosales que antaño resplandecían,
Ni siquiera los borrachos se aventuran a buscar cobijo en sus habitaciones cuando el frío se abalanza sobre sus gabanes sucios.
Sólo los gatos se atreven a seguir el rastro de los pajarillos
que sus dientes acarician al atardecer, como si los besaran,
o cuando los viejos vienen -dicen- a ocupar su sitio entre los muertos que no saben entrar en la alacena.
Más yo sé que no siempre fuera así.
Cuando uno se adentra por sus pasillos oscuros
y logra llegar a la habitación de los ventanales blancos,
todavía se escucha el rumor del agua que manaba de las viejas fuentes, y aún puede contemplarse la mancha que dejara en la pared aquel enorme cuadro
en el que unas muchachas de espaldas fibrosas y ondulantes
se bañan aún y cantan en el río.
A veces escucho el son de sus pulseras y sus risas de seda
y me acerco a contemplar cómo peinan sus brillantes cabelleras con los dedos,
y de pronto las veo lanzarse hacia los cielos y arquearse
caer sobre la espuma como arpones brillantes y dorados
y entrar afiladas en las frescas corrientes del atardecer
Cuando tocó mi mano con sus dedos,
cuando mordió mi mano
y dejó sus labios caer sobre mi boca
como una manzana, había nubes
cabalgando encima de la tierra,
y el fuego de su alma se agitaba
como el relámpago de una tormenta de verano.
No era un espejismo, no: la tierra era
un mar sediento y encrespado,
y cuando la abrazó la lluvia, mi corazón
se llenó de guitarras, y se atrevió a cantar.
y entrar afiladas en las frescas corrientes del atardecer
para buscar las trompetas remotas de mi juventud,
las canciones que arde bajo el agua.
Entonces, tomo los últimos pinceles que llevo en los bolsillos
de mi gabán podrido y me acerco cuanto puedo al marco de ese cuadro
y desde allí mis dedos temblorosos pintan a un viejo borracho oculto entre los juncos,
Grandes Obras de
El Toro de Barro
PVP 10 euros edicioneseltorodebarro@yahoo.es |
Cuando tocó mi mano con sus dedos,
cuando mordió mi mano
y dejó sus labios caer sobre mi boca
como una manzana, había nubes
cabalgando encima de la tierra,
y el fuego de su alma se agitaba
como el relámpago de una tormenta de verano.
No era un espejismo, no: la tierra era
un mar sediento y encrespado,
y cuando la abrazó la lluvia, mi corazón
se llenó de guitarras, y se atrevió a cantar.
Shamer Khair
Carlos Morales. Ed. El toro de Barro S.L
Ruego borreis esta entrada, pues el poema ha sido sustancialmente corregido. Perdona por la molestia, y toda mi gratitud por la cobertura que estáis prestando a nuestra página. Gracias
Carlos Morales del Coxo
EL TORO DE BARRO
Carlos Morales. Ed. El toro de Barro S.L
Ruego Borreis este entrada, que ha sido borerrada del blog del Toro de Barro, porque el poema ha sido sustancialmente corregido. Perdón por las molestias