Carlos Morales del Coso
(España, 1959)
La mecedora
(17-12-2020)
Yo sé de una mecedora que apenas si se mueve
en las estancias perfumadas de mi corazón.
Cuando la noche rozaba con sigilo las ventanas
para colgarse en las rejas del atardecer
yo escuchaba sus quejidos
tras la puerta cerrada en que todo quieto estaba
junto al aire. Aún subo con frecuencia
al suelo perdido al que de niño acudía
para escuchar al abuelo mecerse sobre su mecedora
solitaria, frente a ese ventanuco abierto
sobre las paredes morenas de mi pecho,
como si fuera un lienzo olvidado entre las rosas.
Con un candil en la mano, igual que cuando entonces,
atravieso de nuevo el pasillo que antaño dejaban
los opulentos sacos de maíz, y me detengo
en el baúl en que mi abuela Lila guardaba los libros de la escuela
de los cinco hijos que le guardó la vida,
y me quedo mirando la puerta que daba al palomar secreto
donde no entraba nadie, y allí me siento
en la dulce mecedora donde mi abuelo duz*
dejaba caer todo su cansancio,
ahora soy yo quien de atrás a adelante se columpìa sobre el mimbre
dejaba caer todo su cansancio,
ahora soy yo quien de atrás a adelante se columpìa sobre el mimbre
como una luna cosida a la perplejidad del cielo
con una cinta de seda, y no sé qué decir, y no sé cómo alzar
el alma para que sus cabellos
se tensen y tañan como las guitarras silenciosas
de todo cuanto fue,
y para colmo ahora viene un niño que no se peina nunca,
un niño que sube a cuatro gatas los escalones que le separan
de un mundo misterioso en el que quiere meter la cabeza
como si fuera una alacena llena de almendrucos y pajarillos blancos,
un niño que sube a cuatro gatas los escalones que le separan
de un mundo misterioso en el que quiere meter la cabeza
como si fuera una alacena llena de almendrucos y pajarillos blancos,
el niño que yo fuí, el niño que yo era,
el pequeño muchacho que bizquea
y tócame las manos y las besa y cuéntame las cosas de su escuela,
el lunar que Lucía llevaba bordado en uno de sus párpados,
el lunar que Lucía llevaba bordado en uno de sus párpados,
el pequeño muchacho
que escalaba los felices naranjales
pues quería abrir las jaulas del cielo
y atrapar para ella el jilguero que silbaba todas las mañanas.
Y el muchacho entonces se sienta en el suelo
como un indio apache,
y me toca las manos y las huele, así como yo
y me toca las manos y las huele, así como yo
con mi boca rozaba las manos peludas de mi abuelo
cuando dejó de cantar
y ladeó su cabeza para siempre,
como si en el aire inmóvil tranquilo se durmiera.
Entonces yo me inclino hacia el niño que fuí,
Y le beso en la frente
y le beso en el pecho, y le pido perdón y también le perdono,
Y él se queda absorto cuando me ve marchar, camino de esa luz
Y le beso en la frente
y le beso en el pecho, y le pido perdón y también le perdono,
Y él se queda absorto cuando me ve marchar, camino de esa luz
que en el viento me aguarda y hacia el fondo me lleva,
el muchacho entonces se duerme escuchando el rumor
de esa mecedora silenciosa
que no deja de agitarse en el estante vacío de mi corazón,
igual que cuando yo,
igual que cuando era...
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* Duz.- Dulce. Adjetivo muy utilizado en los tiempos pasados en Andalucía y en La Mancha.
Grandes Obras de
El Toro de Barro
Margalit Matitiahu "Kamino de tormento". Col. Cuadernos del Mediterráneo. Antología de la poesía del Holocausto. Ed. El Toro de Barro, Tarancón de Cuenca 2000. carlosmorales59@gmail.com |
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