Haga lo que haga en la Tierra cierra la trilogía La llama encendida, que inicié con Días de ruta (Lupercalia, 2014), continué con Travesía (Chamán, 2018) y concluyo, seis años después, con esta última entrega.
Aunque los tres libros son independientes entre sí y pueden (y deben) leerse por separado, temática y formalmente presentan una serie de rasgos comunes: la dialéctica entre mis dos oficios, el calzado y la escritura, y el modo y las consecuencias de intentar combinarlos, por un lado, y la poética autobiográfica, escueta y esencial que les caracteriza.
Y sin embargo, desde el punto de vista estilístico, son también muy diferentes: Días de ruta, el primer volumen, mezcla prosa y poesía, Travesía, el segundo, es todo prosa poética, y Haga lo que haga en la Tierra, el tercero, exclusivamente poesía.
Nunca me han importado ni gustado las etiquetas y escribo cada libro tal cual me lo dicta mi corazón, sin atenerme a ningún tipo de norma preestablecida. Pero creo (o al menos eso he intentado) que entre los tres títulos hay un nexo argumental común y un hilo conductor que les confiere unidad y sentido: ser una crónica (poética y crítica) de los tiempos que corren y estamos viviendo, de la debacle del capitalismo y el desmoronamiento de la economía de mercado, y al mismo tiempo de la dinámica y sinsabores del oficio de la escritura (don y maldición), el segundo gran eje temático de la trilogía.
El tercero (además de muchos otros tangenciales), finalmente y cómo no, es el amor (y el desamor), presente siempre de un modo u otro en mi obra y, para bien o para mal, motor del mundo.
Tres libros, tres visiones, tres miradas
Y un solo corazón latiendo.
Arden los restos.
Vicente Muñoz Álvarez,
de Haga lo que haga en la Tierra
(Canalla Ediciones, 2020)