Ponerme a cuestas una mochila robusta, sólida, comprimida como el aire que dispensa, y ajustarme esas correas mullidas y confortables para cargar sobre mis hombros el poder del viento. Lanzarme a los parques, los jardines y los parterres de mansiones o barrios cutres donde haya muchos árboles de tonos ocres, sinoples y magentas. Impedir que la gente hable de más en mi presencia, impedir que se concentren en sus trabajos para que me miren y envidien mi libertad. Impedir que duerman desde bien temprano, sobre todo en sábado. Oh, sí, soplar y soplar. Apretar el botón de esa máquina poderosa, empuñar el canal de los vientos y ejercer con legitimidad esa magia eólica. Ver cómo vuelan, bailan, se arremolinan y se juntan esos esqueletos vegetales, crujientes, románticos y quebradizos como el amor en los tiempos del Covid. Hacer montoncitos aquí y allá, luego una montaña bien grande donde retocen perros y niños. Apagar y volver a arrancar, una y otra vez, una y otra vez, concentrada en ese letargo de gasolina y pastoreo. Saber que me odian y envidian, secretamente y a partes iguales, desde esas ventanas tristes donde se les consume la vida y la vista perdidos en tablas Excel y pantallas. O desde aquellos dormitorios cuajados de pesadillas y desilusión. Yo soplo, aliada con el viento, la hojarasca mental que a ellos se les acumula.
Estar a diario aspirando el olor a humus y tierra mojada y fértil, sembrada de gusanos, plumas y cacas de perro. Volverme orgánica como la materia que piso, ser una vándala del viento. Encañonar con mi chorro de aire todo aquello que me estorba: conversaciones estúpidas, pequeños bichos que se esconden entre las grietas de las baldosas, papeles de chicles o mascarillas perdidas.
Soplar desde las 7 de la mañana hasta las 7 de la tarde y hacer hojas extra si se precisa. Irme a dormir con el ronroneo de la bestia metido en el cerebro: brummm brrrumm.… esos arranques desafiantes como las motos de cross en los semáforos y como el toro rascando con la pezuña la arena antes de salir al coso.
Brummm brummm... la potencia con control: binomio poderoso.
Poner carteles en los portales para que las señoras bajen a secarse el pelo, alineadas y con la cabeza bocabajo. Volar chihuahuas como si fueran cometas, asidos por sus correas mientras flotan felices. Soplar secretos y respuestas, soplillos y sopletes, ser soplapollas y soplagaitas. Soplarlo mucho y soplarlo bien. Y cuando me digan: "sople", sacar el cañón y arrastrar a la autoridad.
Propongo que este año se sustituyan las sansilvestres o las cabalgatas por desfiles de sopladores profesionales, herramienta encendida a cuestas, para poderles aplaudir y tirar desde las ventanas todo lo que sobra y es digno de volar. Tanto, este año.
Mis respetos.
María Jesús Marcos Arteaga