Desde aquel apartamento veía las pintadas de la calle
y contaba cuarenta años hacia atrás.
Allí donde bailan mi padre y mi madre
antes de conocerse, donde la tierra
es transparente y uno puede ver
las semillas de los cadáveres,
saludando, ausentes de muerte,
cuarenta metros hacia abajo,
donde la tierra es transparente.
La paz está en la división exacta,
en la raíz cuadrada entera.
La paz es un cuchillo afilado
que avanza sobre la pared de la noche
y abre una caja nueva de tramadol.
Cuarenta minutos después
no soy un hombre mejor.
*
Los ríos atraviesan esta tierra
y muestran las entrañas del tiempo,
ofrecen arena ligera con la que llenarnos,
esperando que así no nos arrastre
la vida. Mis padres arden
en el silencio de la noche,
no quedará recuerdo de su objeto
en sus cenizas.
Mi ciudad era el diálogo entre
el agua y el hombre. Sobrevivir
a ella me ha traído hasta aquí.
Dale tierra a tus palabras, noche,
mañana hablaremos.
RECUERDO
Era joven y masticaba las palabras
con deje apocalíptico.
Mi corazón percutía con la fuerza
del acero soviético, disfrutaba
del coito con la llama, la boca
abrasada de nicotina
era hermana de las bocas de mis mayores.
Era joven y respiraba la bocanada
que exhala el vaso al vaciarse.
Era joven y mi boca era un pozo
del que surgían nombres
y yo, generoso, acunaba los atriles
dándoles forma de barricada.
Era joven y ya acumulaba
cientos de revueltas frustradas.
Octavio Gómez Milián, de Recuento (Los libros del gato negro, 2020)