los peces boquean boquean boquean cuando van a morir
escribíamos versos por necesidad
como quien toma aire tras contener la respiración un minuto
yo los leía y me dormía con ellos en la boca
y con Bukowski o Juarroz
o con Bolaño y Cortázar
rodeando las esquinas de mi cama
los mezclábamos con alcohol y creíamos en ellos con la misma fe a la que se agarra
el condenado esperando la llamada del alcaide de la prisión
los maullábamos en las noches de celo
los consumíamos con fiebre
a cucharadas
otras veces
escribíamos versos como quien recita los ríos de la cornisa cantábrica
titubeando
los pronunciábamos y los interrumpía continuamente
el ruido ajeno de los tendidos eléctricos
y escondidas en ellos
las palabras
aún envueltas en celofán
de alguna manera que no sabría explicar todo seguía en un lugar distinto
una historia casi idéntica
a las de las demás
una historia que podría ser
la de cualquiera
la de la niña que juega con Charles Manson a tomar el té
en el jardín de una casa de Ohio
la de la mujer que baja la basura en bata a la una de la tarde
justo cuando el cartero toca
y
toca
la de la anciana con los ojos cerrados y las manos entrelazadas
que dormita a la vida
que despierta con el sueño de que su madre la abraza
la de la luz de mariposa
que titila
en noviembre
podría ser como la de ellas
podría
pero es la mía
y no es tan simple
como cualquier otra historia
los pequeños orificios de este mueble que soy yo delatan la presencia de la carcoma
donde el viento aúlla
y los perros gruñen
en el centro de mi habitación
me dejo morder morder
muerden
a un maniquí de virutas de cedro
la carcoma la carcoma
roe lenta roe
madera y carne
en el centro de mi habitación
la rabia con la que las sábanas me cubren
y siguen
la carcoma
el viento
los perros salvajes que no se dejan acariciar
mis labios cerrados mis dedos quebrados
roídos
la nana cruel
el sueño que no llega
la voz de mamá
que no me abraza
¿Alguien ha visto a la Madre de la Poesía?
¿Alguien ha bebido del manantial sagrado
que sale por entre sus piernas?
Roberto R. Antúnez
bendigo la locura de aquellos poetas
que se postran ante la página y palpitan oraciones
para que los niños las besen como besan al miedo
creyendo que la dulzura de sus llantos imberbes
encenderá las luces del pasillo que sus padres apagaron
benditos sean
bajo las sábanas
benditos sean
contra la pared
benditos
sus cabezas son ese mendigo que nunca duerme
la palabra
la piel del membrillo que se pudre en silencio
Loida Ruíz, de Las horas descalzas (Entropía Ediones, 2020)
https://entropiaediciones.com/index.php/producto/horas/