Los cuerpos se quedaban del lado solitario del amor
como si uno a otro se negasen sin negar el deseo
y en esa negación un nudo más fuerte que ellos mismos
indefinidamente los uniera.
¿Qué sabían los ojos y las manos,
qué sabía la piel, qué retenía un cuerpo
de la respiración del otro, quién hacía nacer
aquella lenta luz inmóvil
como única forma del deseo?
José Ángel
Valente