El hombre cebolla
Aquel hombre enigmático le fascinaba. Mujer valiente, decidió desentrañar su incógnita más profunda. Procedió con tiento, destapando, una a una, las capas con las que él se había protegido, descortezando el espeso blindaje, ahondando cada vez más.
Pero en su corazón no halló nada. En todo ese tiempo, la única verdad que ella encontró fueron sus propias lágrimas derramadas.
Un buen partido
Él cocina, va a hacer la compra, friega los platos, barre el suelo y quita el polvo, se ocupa de las facturas, los impuestos municipales y la cuota de la comunidad, pone la lavadora, tiende la ropa, la plancha y la guarda en los armarios, hace la cama antes de ir al trabajo, riega las macetas, compra preservativos cuando se gastan, organiza los viajes, adquiere con antelación las entradas del cine, tiene el coche a punto y actúa de chófer cuando hace falta, está atento a los cumpleaños y aniversarios de familia y amigos…
Ella, absolutamente exenta de responsabilidades, se queda todo el día en casa jugando a las muñecas.
Una relación sólida
Confiaban plenamente el uno en el otro. Como reflejo de la firmeza de su amor decidieron construir su hogar ellos mismos, con sus propias manos. Ella tomó el primer ladrillo y él, en un arrebato romántico, le pidió que lo conservaran como recuerdo. Ella, con una sonrisa, lo guardó cuidadosamente en una caja de embalaje.
Levantaron un edificio robusto, de cimientos seguros, una vivienda que aguantaría cualquier inclemencia, la morada que les cobijase en su indestructible alianza.
Pasaron los años. Rebuscando en un armario, ella encontró la vieja caja arrinconada sobre un anaquel. Sacó el ladrillo, lo sostuvo a la altura del pecho y lo dejó caer. El objeto de arcilla se estrelló en mil pedazos. Ella lloró su rabia: en el interior de su aparente solidez, un ladrillo solo alberga vacío.
Ana Grandal,
de Te amo, destrúyeme (Amargord Ediciones, 2015).
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¿Amor? ¿O debemos ponerle otro nombre? Nombres que no se nombran: dependencia, miedo, egoísmo, abandono, mentira, decepción… Te invito a penetrar en los microrrelatos que componen este libro: quizá, tras cruzar el umbral, no puedas evitar una sonrisa maliciosa, o suspires aliviad@ por no habitar estas estancias… o te indignes por reconocerte entre las sombras. Cuánto me gustaría saberlo. Entra y háblame.
Ana Grandal
Contratapa: El amor constituye la pulsión que más determina nuestra vida. Sin embargo, en absoluto se trata siempre de una tensión beneficiosa. Consciente de su proximidad con el odio, con la autodestrucción, Ana Grandal construye a partir de él un rico mosaico de historias donde las relaciones de pareja suponen el centro de los cuentos, pero que derivan, dentro de una equilibrada variedad de tonos y registros, en múltiples caminos, sorpresas y desconciertos. Se trata, pues, de un conjunto de microrrelatos impulsados por la pasión, el rencor, la crueldad, la frustración, el sexo, el humor negro… Y también, cómo no, el amor.