1.
"¿Qué vende?" Doce coyotes en la 5 de Mayo. Se recargan en el muro del Monte de Piedad. "¿Qué vende?" En estos días, vendería mis dientes, mi cabello. Hasta mi alma, me digo y recuerdo esos cuentos del demonio y la firma con sangre. Si empeñara mi ropa no alcanzaría para regresar a casa. Vendería mis uñas, los calcetines que llevo desde el lunes. Los coyotes revisan joyas de fantasía, relojes barnizados. Pensé que heredaría algo de valor de mis padres. A los cuarenta, sé que les debo la mala postura, el tic del ojo derecho y la diabetes. Vendería mis adicciones, esa fuerza bruta que me permite beber durante ocho horas seguidas. Mi colchón y mi alacena. Los tendones. Mis hábitos: dejar escurrir un poco de café en la orilla de las tazas, llevar un trozo de papel para no tocar el pasamanos del metro.
2.
873 HVP: 873 Hugonotes Viajan a la Patagonia. Desde la adolescencia el juego con las placas. 197 DFO: 197 Delfines Fingen Orgasmos. Mientras me rasuro pienso en las variaciones de las siglas de los vecinos. IUY, TRG, VBV. En los bolsillos llevo una libreta con aquellas combinaciones que no ceden. 987 XXN, 775 WUC. Un amigo me recomendó viera la película de Pi de Aronofsky. Me asusté. 345 PRT: 345 Pingüinos Raspan Taladros (en mi cabeza).
3.
No te gustaban las cucharas de la abuela. Decías que te cortaban los labios. A mí me divertía el filo del cuchillo. Fingía serruchar la mesa. El rostro de la tía cuando lo pasaba por mis brazos. Me gritaba como si realmente pudiera herirme. Lo que me agradaba era embarrar la cuchara con miel y esconderme detrás de la vitrina. Un espacio de 15 cm. Respiraba el polvo ancestral de las cortinas. Había arañas viejitas. En la universidad una compañera me contó que les arrancaba las patas y observaba cómo se movían, le hacían pensar en los movimiento que debían hacer las personas mutiladas. No te gustaba el sabor que tenían los tenedores: una mezcla de plátano y cebolla.
4.
Antes de seguir le pedía se quitara el anillo. Temía me lastimara. Ella se negaba. Decía que le gustaba tocarme de esa forma, ver el color de su anillo y el color de mis nalgas. Decía también que le excitaba sentir mis bragas húmedas. En esa época yo vivía aun con mi madre. Luego del trabajo la encontraba en la zotehuela. Fumábamos juntas. Había heredado el color oscuro alrededor de los codos y las rodillas. Era principios de 2014, conservaba la esperanza de regresar a la escuela de cine, de que mi madre aceptara que no tendría nietos y que fumaba cigarros mentolados.
5.
Obsesionado con poemas de axilas. Saint-John Perse y César Moro estaban en lo más alto de la lista. Escarbé en los libros de Walcott y sólo encontré algunas referencias al picor de la sal en la piel que cubre las costillas. Como regalo de Reyes pedí que se hallaran textos inéditos de la Wislawa, Becerra o Seferis que describieran la sensibilidad, el aroma, el color de esa parte del cuerpo. Estaba inscrita a grupos de poesía antigua y ultramoderna sólo por el estímulo de hallar más versos axilares. Alguna vez le comenté esto a mi terapista. Quiso saber si era una fijación textual o mi compulsión incluía la corporalidad. Lo pensé durante una semana, realmente los vellos, los desodorantes no me gustan. Tal vez si existieran algunos objetos que adornaran esa parte del cuerpo podría ampliar mis intereses. Hay una escena de Her que considero la más erótica del siglo, Scarlett Johansson pregunta cómo sería el sexo si los seres humanos tuviéramos los genitales en las axilas.