El ocaso de la Sanidad



El ocaso de la Sanidad

 

He ido al Centro de Saludpara solucionar unos problemillas, pues estoy cansada de telefonear para que me den cita y nunca me contestan. Para más inri mi médico se ha jubilado y desconocía a quién me habían derivado.

 

Al llegar, he descubierto una congregación amplia de personas en la puerta –entre la veintena y la treintena— más diversos grupillos a lo largo de la calle controlando que se despejaba la entrada.

 

El conjunto estaba formado por vecinos del barrio y emigrantes. Y digo esto último pensando que, para los foráneos, aquello podría ser una maravilla si vienen de países cuyo bienestar social es inferior al que nosotros estábamos acostumbrados. Pero, para los que hemos nacido en España y hemos mamado de la Sanidad Pública, no era otra cosa que el escenario decadente de lo que en otro tiempo fue un una Seguridad Social de bandera; he presenciado el inicio de su hundimiento. Y es que, la covid19, a este paso, arrasará con todo.

 

En el grupo existían subapartados: personas que iban a recoger el resultado de pruebas, otras que necesitaban una cura o un inyectable; luego estábamos los que solo deseábamos una cita. Al llegar he preguntado cuál era la cola para el mostrador y me han dicho que todas. O sea, ¡viva el descontrol! Tras varios minutos de espera, ha salido una auxiliar –ataviada con los EPIs necesarios— y ha repartido los turnos correspondientes.

 

Después de media hora, por fin, he entrado. Alucinante: dentro no había nadie. Una mesa larga con los resultados de diferentes pruebas y una botella de gel hidroalcohólico –con el que he embadurnado mis manos, más hechas polvo que las de una nonagenaria— amenizaba las sillas precintadas.

 

En el mostrador –parapetado con cordón, marca de distancia en el suelo y un cristal grueso— le he contado mi película a la administrativa de turno, y, cuando acabo, me suelta: «No he entendido nada». ¿No me lo podía haber dicho al principio? La sangre me hervía. He tragado saliva y he repetido –en un tono bastante elevado— frase a frase. Opino que, tantos aplausos, se les han subido a la cabeza. Atienden con desgana y mala baba.

 

La historia ha sido surrealista. Como mi médico se ha jubilado no tengo a ningún facultativo asignado. Además, los doctores atienden sin despacho nominal porque rotan. Asimismo, NO DAN CITAS. Como lo oís, las citas son telefónicas. Que no me ha soltado: «La doctora no sé qué –no la he entendido bien— tiene un hueco para el lunes por la mañana. Deme su teléfono». Se lo doy y le pregunto: «¿Sobre qué hora llamará? –entendiendo que, si antes era una cita física y ahora es una cita telefónica, igualmente debe seguir un horario—. Y me contesta: «No, no… Usted este pendiente del teléfono que ya la llamará». Punto y final. Se me ha quedado cara de gilipollas.

 

En resumidas cuentas, los Centros de Salud son edificios vacíos cuya funcionalidad, se encamina a hacer analíticas, curas y poco más; parecen dirigidos a la segunda ola coronavírica, que no lo sé. En apariencia, son la prueba fehaciente de que la Sanidad Pública ni estaba ni está preparada para responder debidamente a una pandemia. ¡Ojalá no nos contagiemos de covid19! Pero, por desgracia, no es la única enfermedad. ¿Qué hacen el resto de enfermos? 

 

Llego a casa, y, la vecina –pura toxina botulínica— se pone a patear.  Mi casa vibra. He abierto Spotify. Acompañada del rap de Kendrick Lamar me he sentido bien. No escuchaba ruidos desagradables, no recordaba que la Sanidad Pública se derrumba, no recordaba que la sociedad es una mentira de todo a cien.

 

@Anna Genovés

Ocho de agosto de 2020


Reflexión: «Cuando uno de los pilares de la sociedad se tambalea, es hora de pensar qué hacemos mal».


Publicado en el Diario El Cotidiano con vídeo y en la Revista Culturamas


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