pareidolia,
a percibir erróneamente
en una vaga imagen
una forma reconocible,
algo así como ver un jaguar
con textura de nube
jugando al ajedrez
con una lagartija
o una constelación
conformando un zodyaco
que nace del imaginario
de un astrónomo griego.
Fíjate, ¿no es para volverse loca?
Ahora ese extraterrestre
de rasgos semi-hortícolas
que se transfiguraba
por mutación genética
en el pimiento verde
del almuerzo
también es pareidolia,
o la mirada estrábica
de todas las farolas
desnudándonos siempre
el punto ciego,
o aquel Pessoa tierno
que me enseñó Lisboa
en un abrazo triste
un jueves por la noche.
Tú te ríes,
crees que Discovery Channel
es un canal creado
para satisfacer mi logofilia.
Ignoras que ahora pienso
en cómo llamarían
al efecto contrario,
intuir lo velado,
lo apenas perceptible,
lo difuso
en las distintas partes,
nítidas y precisas,
de tu todo:
La nebulosa del Àguila
batiéndote las alas en la frente
o las caras de marte
en tus rodillas,
el cosmos en tu lengua
llenándome la boca
de cráteres lunares,
tus manos...
tus manos como esferas
constelando la luz
sobre mi espalda.
Pienso en eso,
que tu cuerpo en mis ojos
es como un Test de Rorschach
para amantes,
una mancha epidérmica
buscando en otra piel
una interpretación alternativa,
un psicodiagnóstico anatómico
que analiza y desglosa
a la mujer que soy
cuando me es imposible
recordarlo.
Gema Fernández Martínez