M. Nielsen: El verano infinito

 

Ciertos libros —sus efectos— se dejan macerar bajo un halo de tiempo y fantasía, como si el hecho de haber vivido en ellos impulsara transformaciones que contaran una historia paralela a la ya escrita.


Madame Nielsen nació Claus Beck-Nielsen en 1963 en la ciudad danesa de Aalborg. En 2001 se declaró a sí mismo muerto para convertirse en alguien carente de nombre e identidad definida. Durante una década exploró qué significa vivir en la indefinición simbólica. Decidió transformarse, después, en Madame Nielsen. Publicó El verano infinito en 2014.

 

Narración sinuosa y envolvente, de párrafo extenso y largo fraseo, en El verano infinito todo bebe de la luz de días que recién comienzan, ese instante en el que —todavía— ningún final se intuye ni se augura.

 

Sumergida en la penumbra acuosa —mortecina para cualquier mediterráneo— del estío nórdico, la acción transcurre en bucle y cargada de melancolía. Una voz de sibila guía el relato y lo despliega como una pitonisa. Sabia y sabedora, conecta vidas y sucesos, pasado y futuro, hilando una brumosa realidad.

 

La «granja blanca» es el escenario dominante de la historia, y, «el verano infinito», su protagonista principal. Las pausas y episodios llegan porque existen los días y las noches. En su curso, el relato adquiere un aura etérea, se viste de ensoñación. Dice la voz narradora:

 

«…en esta oscuridad insomne, tiempo y hechos se funden, el chico joven y flaco que avanza a tientas por la casa dormida es a la vez la anciana que, al contar su cuento décadas más tarde, está creando en él la “granja blanca”, un lugar mítico surgido de lo perdido irremediablemente». […] «muchos años más tarde, pensará que el sueño no es la vida, sino el lenguaje».

 

Volátiles e inasibles son, asimismo, los habitantes de este eterno verano. Los meses que pasan juntos contienen la libertad suprema: vivir dejándose mecer por lo que llega, sin ambiciones, sin exigencias ni metas concretas, manifestándose como son y siguiendo sus impulsos.

 

Sabemos de su vida posterior, en la que cada uno lleva inscrito su destino. Cada revelación es un aviso de las leyes de la vida: a todo principio le espera un final, un final en el que la muerte merodea indefectiblemente. Preludios anticipatorios abren compuertas: «todo en este cuento ha de contarse al final, en la cadencia (como el suspiro postrero), porque en ella se oculta lo definitivo». O: «El verano infinito ha comenzado, pero el instante en que ya no hay vuelta atrás aún está por llegar».

 

El verano infinito son todos ellos: la madre, la hija, el chico joven y tierno, el muchacho torneado, los hermanos pequeños, los artistas, la granja, el semental. Obra compleja, de esqueleto firme y al mismo tiempo intangible, queda prendida en el aire como un cúmulo o una nebulosa. El verano infinito retrata sin juicios. Se adhiere al borde —al giro— de una galaxia.

 

Madame Nielsen. El verano infinito. Editorial Minúscula, 2017. Traducción de Blanca Ortiz Ostalé.

 

Madame Nielsen (Dinamarca, 1963) es escritora, compositora, cantante y directora de escena. Autora de más de una decena de obras literarias, entre ellas destacan Store Satans Fald, Invasionen o The Monster. Su «trilogía del amor», iniciada con El verano infinito y seguida por The Supreme Being, finalizará en septiembre de 2020 con la publicación de Lamento (novela). Sus creaciones han recibido numerosos premios.


* Texto publicado en Las Críticas.

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