Después de todos los libros que he leído a lo largo de estos años, los sentidos, y el ojo en particular, se vuelven sibaritas a la hora de elegir una novela. Un libro es un producto, un objeto, un artículo manufacturado por manos expertas (en la mayoría de los casos) con un solo fin: vender. Y en ese fin entra en juego el lector. ¿Qué hace que te inclines más por libro que por otro cuando entras en una librería? Pueden ser muchos factores, desde una cubierta hasta un título atrayente. Vale, primera criba pasada, pero, ¿qué pasa cuando llegas a casa y empiezas esa segunda criba, que es cuando empiezas a degustar el libro, pero de otra manera?
Bien, ahora os hablo de mí. Aquí os dejo algunas razones por las que un libro puede no llegar a gustarme, y hablo tanto del formato como del contenido. Veamos si coincidimos con alguna.
Las fajas
Sí, lo sé. Hay asociaciones, manifestantes enloquecidos, grupos enteros de antifajistas que planean construir un mundo mejor. Según el diccionario, la faja es una tira de papel que se pone sobre la cubierta o la sobrecubierta de un libro, con una breve leyenda impresa alusiva a su contenido o a un galardón que se ha otorgado. ¿Para qué sirve? Para informar al lector sobre cuántas reimpresiones tiene el libro, escribir alguna cita de un medio o autor que aluda al libro o para engalanar y seguir engalanando el producto o los sentidos de un posible comprador. Bien, ¿cuál es el problema? Que esa faja obstaculiza, molesta y se suele romper cuando colocas el libro en la estantería con otros libros. Pero no solo eso, sino que, ¿qué haces con ella cuando lees el libro?, ¿la usas de marcapáginas?, ¿la arrinconas en la mesilla de noche?, ¿la quemas? La verdad que es un tema que daría para otra publicación, así que dejémoslo aquí.
La maqueta
Que un libro esté mal maquetado. Me da mucha rabia encontrarme con libros (generalmente de editoriales pequeñas), que descuidan totalmente este aspecto. Te crees que detrás de ese producto hay un profesional, pero no es así. ¿Y a qué me refiero con esto? Pues a poner guion corto en vez de guion largo o raya en los diálogos, a escribir comillas inglesas en vez de comillas latinas o a dejar líneas viudas y huérfanas como si el crimen lo hubiera cometido un burdo asesino de medio pelo. Tampoco me gusta cuando una editorial española edita un libro con la estructura inglesa, y en vez de poner el guion largo del diálogo escribe comillas inglesas, esto me pasó con el libro El mochilero, de John Harris (Varasek Ediciones, 2013).
Motivación
Hace unas semanas empecé la novela de Benedetti, La tregua. Tenía ganas e ilusión, entre otras cosas porque tenía buenas críticas y era finito. Me dije «esta es la mía». Yo iba leyendo tranquilamente, con la sensación de que tenía que hacer un esfuerzo por enterarme de la trama, hasta que llegué al siguiente párrafo:
Así que ahora soy todo un jefe: tengo nada menos que seis empleados a mis órdenes. Por primera vez, una mujer. Siempre les tuve desconfianza para los números. Además, otro inconveniente: durante los días del periodo menstrual y hasta en sus vísperas, si normalmente son un poco tontas, se vuelven imbéciles del todo.
Ya sé que no hay que confundir narrador con escritor, y esta es una de las primeras normas que te enseñan en los cursos de escritura. Pero en esta ocasión no hice mucho caso y dejé de leer, ya que la novela epistolar está narrada enteramente por Martín Santomé, o sea, no hay más pensamiento que la del tal Santomé, pero yo veía todo el rato a Benedetti. En fin, cerré el libro y me puse con otro. La motivación por leer La tregua quedó relegada al olvido. En la literatura hay tantas flores bellas como peces en el mar.
Contracubierta
Buf, esto da para otra entrada, la verdad. La información de la contracubierta puede ser de muchas maneras, escueta o contundente. Yo, la verdad, prefiero las que son escuetas y te ofrecen pequeños detalles de la trama, incluso las que son minimalistas. Pero las que no me gustan son las que cuentan de todo, hasta lo que comió el escritor el día que terminó el libro, algunas son tan extensas que puede que te cuenten el argumento hasta bien entrado el libro y el factor sorpresa se va por donde ha venido. Luego están las contracubiertas de Anagrama, y eso es ya meterse en un berenjenal de mucho cuidado. Te suele venir la sinopsis de la novela, la sinopsis resumida de otras novelas del autor, la biografía del autor, las frases maravillosas e increíbles de otros medios culturales y escritores, y hasta la lista de los reyes godos. Total... ¿Os cuento algo? Cuando cojo un libro de Anagrama, solo leo las cuatro o cinco primeras líneas. Luego dejo las demás para el final, cuando ya me he leído la novela, y en ocasiones la sinopsis me ayuda para tener otro punto de vista, es como un comentario crítico que solo Anagrama sabe hacer pero que a mí, personalmente, me agobia.
Frases cliché
¿Os suenan frases tipo «La mejor novela publicada de Fulanito hasta el momento», o «Más de 8 millones de copias vendidas»? Y un largo etcétera que hace que las pupilas se te dilaten (otra frase cliché, por cierto). En verdad, no hay que olvidar que el libro es un producto, y que por ese producto come mucha gente, así que cuanto más se venda, mejor. Para ello, hay mil técnicas de venta, desde las presentaciones de libros hasta este tipo de frases reclamo que te encuentras en las fajas de los libros o en las revistas literarias. «Atrapa desde la primera página, no podrás parar de leer», ayns... lo que nos gusta una adicción, sana eso sí. Pensar en cualquier bestseller del último año y esa frase saldrá seguro, «Un libro cargado de polémica», oh... ¡y nosotros queremos estar al día de polémica! Por ejemplo Nabobov y su Lolita. Luego viene genial contar en los corrillos de amigos, «¡muy fuerte!, ¿sabíais que cuando Nabokov publicó Lolita...?». «Ganador del Premio el Mejor Libro del Mundo Mundial», ojo, esto puede servir siempre que no sea Planeta, sus libros pueden ser buenos, sí, pero los miembros del jurado siempre mirarán más por el lado comercial para que ese libro luego se venda mejor. «Este clásico es imprescindible», ya sea del género que sea, y nosotros caemos como moscas, ya que un clásico no es efímero, y hay que estar al día de todo lo permanente. Y el último que he querido dejar para el final es: «El libro del que todo el mundo habla», este me hace especialmente gracia porque me imagino a todo el mundo, desde la vecina del quinto, hasta la pescadera del barrio, pasando por la tribu de los masáis, hablando de esa novela. Vamos, que yo leo la frase sin filtro alguno.
Lo bueno de estas frases es saber identificarlas y que están solo para vender. Luego tú ya decides si comprarlo o no por esa razón.
Ediciones bonitas
Lo tengo calculado en un minucioso estudio, cuanto más bonito es un libro, menos hincapié hacen en el estudio crítico. Es así, y es una pena, porque cuando elijo un clásico, siempre tiendo a las mismas ediciones, a las de Alianza, Castalia o Cátedra. Me pasó con el libro El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad. Era un clásico que me quería leer, e intuía que una buena edición me ayudaría a comprenderlo mejor. Total, fui a la biblioteca y me encontré con una edición preciosa de Navona, 2017 (0 comentarios, 0 notas al pie), de Alianza 2016 (comentario crítico al inicio del libro, quizá tendría unas diez páginas), y Valdemar 1998 (la crème de la créme). Fue la edición de Valdemar la mejor en cuanto a su comentario. La cubierta no era la más bonita (ni de lejos) ni el formato el más apropiado, pues era muy grande, pero con esa edición ibas a salir más que preparado para asistir a un simposio sobre Conrad e intervenir en todo momento sin miedo a equivocarte.
Títulos
Me causa mucha controversia los títulos con anacolutos (falta de correlación o concordancia sintáctica entre los elementos de una oración). Los leo y releo, y en mi mente se forma un cortocircuito de los buenos y el Matrix ya está servido. Es más, rehuyo de esos libros. ¿Queréis dos buenos ejemplos? Uno es de Mónica Carrillo: Olvidé decirte quiero. Desde luego, si ponen esta frase en un examen de la selectividad, está claro que han ido a pillar. ¿Quiero aquí funciona como un complemento de decir o es un juego de palabras con te quiero?, ¿no debería quiero estar resaltado con cursiva o con comillas? No sé, pero es algo extraño que igual intenta ser gracioso o ingenioso y que a mí me causa extrañeza. El otro título es Sostiene Pereira, de Antonio Tabucchi. Al parecer, el tal Pereira es un periodista, pero si sostiene es la tercera persona del verbo sostener, ¿qué pinta ahí?, ¿qué es lo que sostiene este hombre llamado Pereira?, ¿un bolígrafo, una taza, una flor? ¿o acaso es el nombre de Pereira? Es fácil dar con la solución en Google, pero la extrañeza ya te la llevas.
Tiempo límite
Esta última la dejo para el final porque no es mía, es la respuesta que he recibido de algunas personas que no tienen tanto hábito de leer. Cuando saco un libro de la biblioteca, me lo tengo que leer en una media de un mes, sino me empieza a entra un run run y termino dejando el libro; pero a otras personas les ocurre lo contrario, que necesitan disfrutarlo como un entretenimiento más, no leer con un mínimo o un máximo de días. Yo he de reconocer que no puedo hacer eso, si me tiro con un libro de 100 páginas un mes, me pego un tiro en la sien.
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Y a vosotros, ¿qué es lo que no os gusta de un libro?, ¿coincidís conmigo en alguna? Sed honestos, la literatura es ficción, pero vuestra opinión no. ¡Que la literatura os acompañe!