SE HAN IDO TODAS LAS MUJERES QUE FUI por NATACHA G. MENDOZA



Los árboles tienen un toque de autoridad sobre los lugares donde se alzan. Ahuecan el silencio, transformándolo en sombra. Me gusta sentarme cerca de alguno, apoyar la espalda en su tronco, comenzar a sentir que la soledad es menos intensa. Los días de viento, las ramas golpean cada vacío. Mientras lucho con el vuelo de mis páginas, todo es una extraña sinfonía; orquestas que se agolpan apresuradas, apurando sus instrumentos contra el suelo. Cuando eso sucede, suelto el libro en la hierba y espero mientras acaricio la rugosa superficie del árbol, no sé, tal vez así logre calmar tanto dolor.

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Mi rostro en el espejo equivocado. Ese viejo marco labrado lo sostiene. Casi no me reconozco en el óxido nublado del cristal. ¿Por qué mi nombre es tan frágil? Intento salir de ese reflejo, buscar otras aguas en las que bautizarme. Ya no quedan imágenes que me soporten, se han ido todas las mujeres que fui. Estoy agotada de tanta vida que se empeña en regresar a esta piel que a duras penas reconozco. Y mi rostro en otro espejo, quizá por fin, sean tus ojos.

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Amor, he estado llorando pero no quiero hablarte de eso. Creo que el llanto es un alivio absurdo del que se sale con mucha facilidad. Hoy desperté tarde, las pesadillas me han acosado durante la noche, no las recuerdo, pero sí puedo reconocer el sufrimiento. Supongo que ya estarás lejos, o quizás nunca me sentiste…
Es lunes, es semana, es año, y el tiempo se cuela por las grietas de mi piel, alumbrando la oscuridad de estos huesos que aún me soportan. Es sol, es verano en este sur; y tú, tan gris cuando no te siento. Mañana tal vez sea martes, pero no quiero comprobarlo, tal vez las nubes se apiaden, no sé, o tu voz calmando esta agonía, este llanto que ahora regresa y del que no quería hablarte.

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Mi abuelo decía que la literatura se encuentra en el espacio entre uno y el papel. No busco en mí ningún don de escritora, no lo tengo. Busco quizá un desahogo, un alivio del tiempo que llevo dentro. No sólo el tiempo vivido, sino también esa eternidad que precede a mi nacimiento. No pondré títulos a lo que haga, soy nada; intento vivir con poco dolor. Escribo para aliviar mis pensamientos, si cada vez me alejo más, es porque disfruto de esa distancia. Las palabras me enfrentan, me miran con indiferencia mientras monto una historia. Todo es ajeno; cada calle, ciudad, personaje… no sé si me encontraré con la literatura en algún bar, o en los edificios llenos de extraños. Supongo que no la reconoceré. Siempre he sido tan distraída.


Natacha G. Mendoza


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