Ahora que el tiempo es un equilibrista sobre el alambre con unas cuantas copas de más. Ahora que los indios y los piratas ya no me toman en serio. Ahora que los tigres viajan en un duermevela de opio y ayahuasca. Ahora que todas las colinas ocultan emboscadas sin esperanza. Ahora que los payasos han torcido la mueca y la Navidad es de plástico. Ahora que los sicarios y los mercaderes ya no tienen códigos de honor. Ahora que la realeza reposa en las alas del águila anacoreta en el risco de media tarde. Ahora que los amantes tienen reloj y las madrugadas son huérfanas. Ahora que los artistas gritan sin voz y su guerra ha desertado. Ahora te contemplo tras el telón último. Después del telón último. La última imagen. Lo que quede de mis versos. De mis malhumores. De mis delirios y pasiones. Tú como ofrenda a los días que no podré contemplar. Que no me aguardarán. Y toda la derrota que nos ha traído hasta aquí. Toda la derrota como el libro sagrado del secreto y, apenas imperceptible, susurro de la luna en la noche que, indecorosa, nos abraza.
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Te escucho hablar sentados en un banco bajo la luna amarilla del Paseo Marítimo y entonces toda la tristeza y recuerdos e imágenes que nos pueden dañar se conjuran en un imprevisto destiempo. Escucho hablar a tu alma desnuda que tirita bajo la noche de julio y siento que esta madrugada de viernes, de cuanto tú y yo somos, es capaz de sujetar todo el pasado y la pena y la culpa. Lo asumible y lo inasumible y todos cargamos más peso del que seríamos capaces de soportar si nuestra mente no se defendiera borrando lo inasumible de la memoria para que así no resulte impensable continuar un día más. Miro los barcos quedamente silenciosos sobre el agua mojada de luna y esta isla, mi isla, hace de cada confesión, de cada hurto, de cada entrega, un lugar sobre el que, aun sobre camas de espinas, es posible, necesario, reparador, reposar. Flores salvajes, versos salvajes, especies salvajes, brotan sin lluvia, sin cuidados, sin inspiración. Sé que la luna me aguarda cada noche. Desde mi infancia, es siempre la misma luna. Habla, amor. Exhortiza todo cuanto quepa en una lágrima, en un suspiro, en una redención. Habla, amor. Te escucho. Es todo cuanto deseo y puedo hacer. Nos acoge la misma luna que veló mis sueños de infancia. Mi primer beso. Mi primera borrachera. La primera vez que encontró acomodo en mi cabeza la idea de que no todo cuanto parecía que tenía que ser tenía, por fuerza, que ser. Te escucho y permanezco a tu lado y huyo y vuelo y comprendo y necesito, sin mediar necesidad, que todo cuanto puedo expresar, sentir, entregar, recibir, conservar, proteger, permanezca en este banco frente al Paseo Marítimo en el que nuestra noche ahora parece reclamar un final que no estamos dispuestos, no podemos aún, entregar.
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Arden los semáforos nocturnos y la avenida, prendida en mandrágora que trata de brotar a través de la acera caliente, parece aguardar su cintura y su culo y sus piernas y su largo cabello rubio y sus ojos prendados de la viveza con resignado silencio. Como si la concreta deidad de las ninfas y el canto quedo de las sirenas pudieran habitar del lado de la torpe y confundida humanidad. Como si realmente hubiera un lugar para ellas sin que significara conmoción alguna en el estrecho discurrir de los días. ¿Y qué podemos hacer nosotros? ¿Humanos de paso por la cara oscura de la Tierra? Carcomidos por la mediocridad atendemos a nuestros asuntos sin atisbo alguno de necesidad ni concreción alguna de excitación o pérdida. Y así la vida como un teatro chino de sombras de la incapacidad y los deseos prolongados hasta el inevitable recodo de la renuncia. La avenida se incendia sobre el histérico vacío que entorpece el desahucio del deseo y de la libre, tormentosa, ineficiente, pasada de moda, humanidad. Lujuria en la espuma de mi cerveza y soy, estoy, abandono, regreso. Espuma de cerveza en las estrellas desafiantes. En el recodo infinito del susurro de piel. Camina a mi lado. La observo. Refulge bajo la noche que ahora nos piensa y me dejo abrazar por la piedad y La Anunciación de Da Vinci y en el fugaz y perlado matiz del Vino de Sauvignon. Ahora toda rendición tiene sentido. También toda insistencia. Camina a mi lado. Los semáforos arden. Mandrágora brota. Todo cuanto no considera oportuno acontecer habita de este lado. El lado del desahucio del deseo y de la libre, tormentosa, ineficiente, pasada de moda, humanidad
Samuel Bressón