Ahora que vivimos acristalados, como papeletas en el interior de una urna, mi voto diáfano se adentra en la sombra incógnita. Levanto los ojos, interrogante, y te busco al otro lado de esta barrera pulida y transparente, donde colisionan las moscas con violencia y resbala el agua de lluvia.
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Bienvenidos a la soledad de las calles, al silencio en la plaza y al desamparo de las avenidas. Ya están aquí las aves de paso, los pájaros blancos, con sus rituales de música y las acrobacias. Volatileros, malabaristas, tragafuegos y comesables. El hombre deforme y la mujer maravilla. Ya están aquí, la nómada y el itinerante, libres, individuales, absolutos.
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Durante este ir y venir de barrotes y verjas proliferan los ligamentos y las botellas llenas de escritos, que retornan de los mares distantes. Antepasados nuestros de tinta y brisa salada, de vértigo y desconsuelo. Mensajes de texto tras el cristal. Umbrías frescas y brezo blanco. Uno. La codicia de los comerciantes es proporcional a la escasez de los monederos. Dos. Apreciada legumbre comprometida, te espero en un plato llano, sobre un mantel cuadriculado. Y tres. En el buzón de la furia el recadero introduce un silbido lejano.
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Los que añoran el látigo, los que aspiran a la opulencia que nunca alcanzarán, los de las ínfulas, los malimitantes. Los devotos y diligentes. El trepa, el medrador, el acusica, el tonto seguro. El no cualificado, el desheredado, el mercenario, el amortizado. Pobres. Pobres y esmerados en época de celo, sacando brillo al yugo.
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En este paisaje de enfermedad y óbito, en este clima templado y húmedo, frío a destiempo, en esta letanía y jirones de bruma. Nada más fuerte que las cadenas luciendo nuestra cosecha, pastos, hierbas y agua, hasta donde alcance la vista, vamos evitando las trampas de la mazmorra. Quizá, por lo mismo, más que volar lo que se necesite es nadar.
Gsús Bonilla,
de AVIARIO (cuaderno de excusas)