Pura Vida:
MANAGUA NICARAGUA IS A BEAUTIFUL TOWN
Esta frase, un poco absurda y ajena a cualquier realidad, se puede escuchar en una canción de la gran orquesta de Guy Lombardo, si se es un verdadero especialista en la música boogie de entreguerras.
Nicaragua estaba entonces ocupada por el ejército norteamericano, y puede que el país estuviera en vías de integración musical. Managua Nicaragua, para dárselas de Nashville Tennessee. En 1933, hostigados por la guerrilla del glorioso general Sandino, los marines volvían a hacerse a la mar. Y los Estados Unidos dejaban la gestión de sus salas de baile y de sus intereses, así como las sucias tareas correspondientes, en las buenas manos del general Somoza.
Algunos meses más tarde, en febrero de 1934, Somoza mandaba asesinar a Sandino.
Managua Nicaragua is a beautiful town, y la cortina de terciopelo rojo del gran music-hall de la historia se alza sobre un maestro de ceremonias de astroso traje y chistera, que acaba de prometer al público, bastón con empuñadura en mano, la maravillosa y terrible y sin embargo verídica historia de Nicaragua, mientras que la gran orquesta de Guy Lombardo se reúne detrás de él y afina sus instrumentos... Todavía se pueden escuchar algunos acordes de esa canción en El tercer hombre, de Carol Reed, por más que el filme, basado en una novela de Graham Greene, no tenga relación alguna con Nicaragua. Es otra orquesta la que lo toca al fondo de uno de esos bares de la Viena de posguerra, en la zona americana, delante de una pandilla de espías fumadores y depresivos.
[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]
MANAGUA NICARAGUA IS A BEAUTIFUL TOWN
Esta frase, un poco absurda y ajena a cualquier realidad, se puede escuchar en una canción de la gran orquesta de Guy Lombardo, si se es un verdadero especialista en la música boogie de entreguerras.
Nicaragua estaba entonces ocupada por el ejército norteamericano, y puede que el país estuviera en vías de integración musical. Managua Nicaragua, para dárselas de Nashville Tennessee. En 1933, hostigados por la guerrilla del glorioso general Sandino, los marines volvían a hacerse a la mar. Y los Estados Unidos dejaban la gestión de sus salas de baile y de sus intereses, así como las sucias tareas correspondientes, en las buenas manos del general Somoza.
Algunos meses más tarde, en febrero de 1934, Somoza mandaba asesinar a Sandino.
Managua Nicaragua is a beautiful town, y la cortina de terciopelo rojo del gran music-hall de la historia se alza sobre un maestro de ceremonias de astroso traje y chistera, que acaba de prometer al público, bastón con empuñadura en mano, la maravillosa y terrible y sin embargo verídica historia de Nicaragua, mientras que la gran orquesta de Guy Lombardo se reúne detrás de él y afina sus instrumentos... Todavía se pueden escuchar algunos acordes de esa canción en El tercer hombre, de Carol Reed, por más que el filme, basado en una novela de Graham Greene, no tenga relación alguna con Nicaragua. Es otra orquesta la que lo toca al fondo de uno de esos bares de la Viena de posguerra, en la zona americana, delante de una pandilla de espías fumadores y depresivos.
[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]
Ecuatoria:
El lunes 2 de enero de 2006 la atmósfera resulta sorprendentemente clara y luminosa sobre el cabo Lopez, en la desembocadura del río Ogooué. La marea está baja. Hay avocetas que corren elegantemente sobre el espejo del limo en busca de moluscos y de otros diminutos restos, que parecen encantarles. A lo lejos se ven las maniobras de carga de los petroleros. Las rojas líneas de flotación se hunden, a medida que van llenándose las cubas, en las aguas intensamente azules de la terminal de Sogara.
Brazza sigue reposando en su tumba argelina.
Las dificultades –tanto arquitectónicas como diplomáticas– no paran de retrasar la construcción de su mausoleo a orillas del río Congo.
Hay materiales de perforación desechados o en desuso invadidos por la hierba. Algunos cocoteros. Atardece frente al Atlántico Sur, en la terraza de un establecimiento mediocre y barato que disfruta del privilegio, seguramente pasajero, de carecer de cualquier tipo de aparato musical. Lo regenta una muchacha tocada con un turbante, que permanece sentada muy derecha detrás de la caja registradora. Blande como un cetro una de esas raquetas eléctricas antimosquitos que están de moda en Gabón. Las alas chamuscadas y el cortocircuito provocan el chasquido de un destello violeta. Abro L'Union, el periódico gabonés puesto a disposición de los clientes.
[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]
El lunes 2 de enero de 2006 la atmósfera resulta sorprendentemente clara y luminosa sobre el cabo Lopez, en la desembocadura del río Ogooué. La marea está baja. Hay avocetas que corren elegantemente sobre el espejo del limo en busca de moluscos y de otros diminutos restos, que parecen encantarles. A lo lejos se ven las maniobras de carga de los petroleros. Las rojas líneas de flotación se hunden, a medida que van llenándose las cubas, en las aguas intensamente azules de la terminal de Sogara.
Brazza sigue reposando en su tumba argelina.
Las dificultades –tanto arquitectónicas como diplomáticas– no paran de retrasar la construcción de su mausoleo a orillas del río Congo.
Hay materiales de perforación desechados o en desuso invadidos por la hierba. Algunos cocoteros. Atardece frente al Atlántico Sur, en la terraza de un establecimiento mediocre y barato que disfruta del privilegio, seguramente pasajero, de carecer de cualquier tipo de aparato musical. Lo regenta una muchacha tocada con un turbante, que permanece sentada muy derecha detrás de la caja registradora. Blande como un cetro una de esas raquetas eléctricas antimosquitos que están de moda en Gabón. Las alas chamuscadas y el cortocircuito provocan el chasquido de un destello violeta. Abro L'Union, el periódico gabonés puesto a disposición de los clientes.
[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]
Peste & Cólera:
La vieja mano salpicada de manchas y con el pulgar amputado aparta el visillo de tisú. Tras una noche de insomnio, el alba bermeja, el címbalo glorioso. La habitación del hotel: blanco de nieve y oro pálido. A lo lejos, los travesaños de luz de la gran torre de hierro entre un poco de niebla. Abajo, el verde intenso de los árboles del Square Boucicaut. La ciudad está en calma en la primavera guerrera. Invadida por los refugiados. Esos que pensaban que su vida consistía en no moverse. La vieja mano suelta la falleba y agarra el asa de la maleta. Seis pisos más abajo, Yersin atraviesa la cúpula de cobre dorado y madera barnizada. Un cochero uniformado cierra tras él la puerta del taxi. Yersin no huye. Nunca ha huido. Este vuelo lo reservó hace meses en una agencia de Saigon.
Es un hombre que ahora está casi calvo, de barba blanca y ojos azules. Lleva cazadora, pantalón beige y camisa blanca con el cuello abierto. Los ventanales del aeropuerto de Le Bourget dan a la pista, donde se ve un hidroavión estacionado sobre sus ruedas. Una pequeña ballena blanca con un vientre redondo para doce pasajeros. La pasarela se apoya contra la carlinga por el lado izquierdo y eso es así porque los primeros aviadores eran jinetes, como lo fue Yersin. Él va a reencontrarse con sus pequeños caballos annamitas. Sobre los taburetes de la sala de espera se sienta un puñado de fugitivos. En el fondo de sus maletas, debajo de las camisas y de los trajes de noche, hay fajos de billetes y lingotes. Las tropas alemanas están a las puertas de París, pero esta gente, que observa el reloj de la pared y los que llevan en sus muñecas, es lo suficientemente rica como para no colaborar.
[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]
La vieja mano salpicada de manchas y con el pulgar amputado aparta el visillo de tisú. Tras una noche de insomnio, el alba bermeja, el címbalo glorioso. La habitación del hotel: blanco de nieve y oro pálido. A lo lejos, los travesaños de luz de la gran torre de hierro entre un poco de niebla. Abajo, el verde intenso de los árboles del Square Boucicaut. La ciudad está en calma en la primavera guerrera. Invadida por los refugiados. Esos que pensaban que su vida consistía en no moverse. La vieja mano suelta la falleba y agarra el asa de la maleta. Seis pisos más abajo, Yersin atraviesa la cúpula de cobre dorado y madera barnizada. Un cochero uniformado cierra tras él la puerta del taxi. Yersin no huye. Nunca ha huido. Este vuelo lo reservó hace meses en una agencia de Saigon.
Es un hombre que ahora está casi calvo, de barba blanca y ojos azules. Lleva cazadora, pantalón beige y camisa blanca con el cuello abierto. Los ventanales del aeropuerto de Le Bourget dan a la pista, donde se ve un hidroavión estacionado sobre sus ruedas. Una pequeña ballena blanca con un vientre redondo para doce pasajeros. La pasarela se apoya contra la carlinga por el lado izquierdo y eso es así porque los primeros aviadores eran jinetes, como lo fue Yersin. Él va a reencontrarse con sus pequeños caballos annamitas. Sobre los taburetes de la sala de espera se sienta un puñado de fugitivos. En el fondo de sus maletas, debajo de las camisas y de los trajes de noche, hay fajos de billetes y lingotes. Las tropas alemanas están a las puertas de París, pero esta gente, que observa el reloj de la pared y los que llevan en sus muñecas, es lo suficientemente rica como para no colaborar.
[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]
Viva:
Todo comienza y acaba con el ruido que hacen aquí los picadores de herrumbre. Los capitanes y los armadores desconfían de los marineros desocupados en los muelles. De ahí la pica, el bote de pintura y el pincel. El paisaje portuario es el de un filme de John Huston, El tesoro de Sierra Madre. Grúas y pontones, puntales de carga y plataformas, palmeras y cocodrilos. Y el olor a petróleo y a suciedad grasienta, a brea y a alquitrán. Y una llovizna caliente que lo moja todo esta tarde, y la silueta furtiva de un hombre que no es Bogart, sino Sandino. A punto de cumplir los treinta, parece que tiene veinte; es frágil y de baja estatura. Sandino lleva atuendo de mecánico, con la llave inglesa en el bolsillo; comprueba que no le están siguiendo, se aleja de los diques rumbo al barrio de las cantinas, donde tiene lugar la reunión clandestina. Tras haber abandonado Nicaragua y corrido mundo durante bastante tiempo, el mecánico marinero Sandino deja su petate y descubre el anarcosindicalismo. Es obrero en la Huasteca Petroleum de Tampico.
Al fondo de los callejones del puerto se encienden las lámparas, los conspiradores se reúnen en la penumbra de una trastienda alrededor de Ret Marut, el más aguerrido. Éste ha llegado a México como fogonero a bordo de un navío noruego. Dice ser marino polaco o alemán, un revolucionario. Bajo la gorra proletaria se ve un rostro común, con un pequeño bigote que le da aspecto de anarquista de la banda del francés Bonnot. Al término de la Primera Guerra Mundial, Ret Marut participó en el intento de insurrección de Múnich. Condenado a muerte, desapareció y cambió de nombre con frecuencia, comenzó a escribir poemas y novelas, a combatir la soledad con el lápiz y a acumular cuadernos. Muy pronto enviará a Alemania El tesoro de Sierra Madre, cuya acción transcurre en Tampico, y que firma con uno de sus seudónimos: Traven. Utilizará decenas de ellos. Para la fotógrafa Tina Modotti, en México, él será Torsvan.
[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]
Todo comienza y acaba con el ruido que hacen aquí los picadores de herrumbre. Los capitanes y los armadores desconfían de los marineros desocupados en los muelles. De ahí la pica, el bote de pintura y el pincel. El paisaje portuario es el de un filme de John Huston, El tesoro de Sierra Madre. Grúas y pontones, puntales de carga y plataformas, palmeras y cocodrilos. Y el olor a petróleo y a suciedad grasienta, a brea y a alquitrán. Y una llovizna caliente que lo moja todo esta tarde, y la silueta furtiva de un hombre que no es Bogart, sino Sandino. A punto de cumplir los treinta, parece que tiene veinte; es frágil y de baja estatura. Sandino lleva atuendo de mecánico, con la llave inglesa en el bolsillo; comprueba que no le están siguiendo, se aleja de los diques rumbo al barrio de las cantinas, donde tiene lugar la reunión clandestina. Tras haber abandonado Nicaragua y corrido mundo durante bastante tiempo, el mecánico marinero Sandino deja su petate y descubre el anarcosindicalismo. Es obrero en la Huasteca Petroleum de Tampico.
Al fondo de los callejones del puerto se encienden las lámparas, los conspiradores se reúnen en la penumbra de una trastienda alrededor de Ret Marut, el más aguerrido. Éste ha llegado a México como fogonero a bordo de un navío noruego. Dice ser marino polaco o alemán, un revolucionario. Bajo la gorra proletaria se ve un rostro común, con un pequeño bigote que le da aspecto de anarquista de la banda del francés Bonnot. Al término de la Primera Guerra Mundial, Ret Marut participó en el intento de insurrección de Múnich. Condenado a muerte, desapareció y cambió de nombre con frecuencia, comenzó a escribir poemas y novelas, a combatir la soledad con el lápiz y a acumular cuadernos. Muy pronto enviará a Alemania El tesoro de Sierra Madre, cuya acción transcurre en Tampico, y que firma con uno de sus seudónimos: Traven. Utilizará decenas de ellos. Para la fotógrafa Tina Modotti, en México, él será Torsvan.
[Anagrama. Traducción de José Manuel Fajardo]