La Dalia Negra:
No la conocí en vida. Existe para mí a través de los otros, mediante la evidencia de lo que su muerte les obligó a hacer. Trabajando en retrospectiva, buscando solo hechos, la reconstruí bajo la forma de una muchachita triste y una puta, en el mejor de los casos como alguien que-pudo-ser… una etiqueta que también podría aplicárseme a mí. Ojalá hubiese podido concederle un final anónimo, relegarla a unas pocas palabras lacónicas en el informe de un policía de Homicidios, la copia en papel carbón que se manda a la oficina del forense, junto con el papeleo necesario para llevarla al cementerio. Lo único que había de malo en mi idea es que ella no hubiera querido que las cosas ocurrieran de ese modo. Por brutales que fueran los hechos, ella hubiese querido que llegaran a ser conocidos. Y puesto que le debo mucho, y soy el único que conoce toda la historia, he empezado a escribir esto.
[Random House. Traducción de Albert Solé]
No la conocí en vida. Existe para mí a través de los otros, mediante la evidencia de lo que su muerte les obligó a hacer. Trabajando en retrospectiva, buscando solo hechos, la reconstruí bajo la forma de una muchachita triste y una puta, en el mejor de los casos como alguien que-pudo-ser… una etiqueta que también podría aplicárseme a mí. Ojalá hubiese podido concederle un final anónimo, relegarla a unas pocas palabras lacónicas en el informe de un policía de Homicidios, la copia en papel carbón que se manda a la oficina del forense, junto con el papeleo necesario para llevarla al cementerio. Lo único que había de malo en mi idea es que ella no hubiera querido que las cosas ocurrieran de ese modo. Por brutales que fueran los hechos, ella hubiese querido que llegaran a ser conocidos. Y puesto que le debo mucho, y soy el único que conoce toda la historia, he empezado a escribir esto.
[Random House. Traducción de Albert Solé]
El gran desierto:
Cayeron chaparrones antes de medianoche. Los truenos ahogaron los bocinazos y la algarabía que habitualmente saludaban el Año Nuevo en el Strip. El año 1950 llegó al cuartel de policía de Hollywood Oeste con una oleada de denuncias y llamadas a ambulancias.
A las 12.03, un choque múltiple en Sunset y La Cienega, con un saldo de media docena de heridos; los agentes que acudieron obtuvieron el testimonio de varios testigos presenciales: los culpables de la colisión eran el payaso del DeSoto marrón y el mayor del ejército que viajaba en su coche oficial de Camp Cooke; ambos conducían sin manos y llevaban perros con sombreros de cotillón en el regazo. Dos arrestos, una llamada a la perrera de la calle Verdugo. A las 12.14, un taller abandonado se derrumbó en Sweetzer, y los escombros de material barato humedecido mataron a una pareja de adolescentes que se besuqueaba en el sótano: dos cadáveres al depósito del condado. A las 12.29, un letrero de neón que representaba a Santa Claus y sus ayudantes sufrió un cortocircuito; el cable eléctrico escupió llamas hacia su extremo interno –un enchufe conectado a un laberinto de adaptadores que alimentaban un enorme y luminoso árbol de Navidad y un mural navideño– y produjo graves quemaduras a tres niños que apilaban regalos envueltos en papel absorbente junto a un Niño Jesús que relucía en la oscuridad. Un coche de bomberos, una ambulancia y tres coches del Departamento del sheriff en el lugar del suceso; un pequeño conflicto jurisdiccional cuando apareció la policía de Los Ángeles, pues un novato pensó que ese domicilio de Sierra Bonita Drive era territorio de la ciudad, no del condado. Luego cinco sujetos que conducían ebrios; una tanda de borrachos y alborotadores cuando cerraron los clubes del Strip; un asalto a mano armada frente a Dave’s Blue Room: las víctimas, dos patanes de Iowa que visitaban la ciudad por el Rose Bowl; los delincuentes, dos negros que huyeron en un Mercedes 47 con guardabarros rojos. Cuando la lluvia amainó, poco después de las 3.00, el detective Danny Upshaw, agente de guardia, pronosticó que los cincuenta serían una década de mierda.
[Random House. Traducción de Carlos Gardini]
Cayeron chaparrones antes de medianoche. Los truenos ahogaron los bocinazos y la algarabía que habitualmente saludaban el Año Nuevo en el Strip. El año 1950 llegó al cuartel de policía de Hollywood Oeste con una oleada de denuncias y llamadas a ambulancias.
A las 12.03, un choque múltiple en Sunset y La Cienega, con un saldo de media docena de heridos; los agentes que acudieron obtuvieron el testimonio de varios testigos presenciales: los culpables de la colisión eran el payaso del DeSoto marrón y el mayor del ejército que viajaba en su coche oficial de Camp Cooke; ambos conducían sin manos y llevaban perros con sombreros de cotillón en el regazo. Dos arrestos, una llamada a la perrera de la calle Verdugo. A las 12.14, un taller abandonado se derrumbó en Sweetzer, y los escombros de material barato humedecido mataron a una pareja de adolescentes que se besuqueaba en el sótano: dos cadáveres al depósito del condado. A las 12.29, un letrero de neón que representaba a Santa Claus y sus ayudantes sufrió un cortocircuito; el cable eléctrico escupió llamas hacia su extremo interno –un enchufe conectado a un laberinto de adaptadores que alimentaban un enorme y luminoso árbol de Navidad y un mural navideño– y produjo graves quemaduras a tres niños que apilaban regalos envueltos en papel absorbente junto a un Niño Jesús que relucía en la oscuridad. Un coche de bomberos, una ambulancia y tres coches del Departamento del sheriff en el lugar del suceso; un pequeño conflicto jurisdiccional cuando apareció la policía de Los Ángeles, pues un novato pensó que ese domicilio de Sierra Bonita Drive era territorio de la ciudad, no del condado. Luego cinco sujetos que conducían ebrios; una tanda de borrachos y alborotadores cuando cerraron los clubes del Strip; un asalto a mano armada frente a Dave’s Blue Room: las víctimas, dos patanes de Iowa que visitaban la ciudad por el Rose Bowl; los delincuentes, dos negros que huyeron en un Mercedes 47 con guardabarros rojos. Cuando la lluvia amainó, poco después de las 3.00, el detective Danny Upshaw, agente de guardia, pronosticó que los cincuenta serían una década de mierda.
[Random House. Traducción de Carlos Gardini]
L.A. Confidential:
Un motel abandonado en las colinas de San Bernardino; Buzz Meeks se registró allí con noventa y cuatro mil dólares, nueve kilos de heroína de gran pureza, una escopeta calibre 10, un 38 especial, una automática 45 y una navaja que le había comprado a un mexicano en la frontera, antes de ver el coche aparcado al otro lado: matones de Mickey Cohen en un coche sin insignias de la policía de Los Ángeles, polizontes de Tijuana esperando para hacer contrabando con parte de sus mercancías y arrojar su cadáver al río San Isidro.
Llevaba una semana huyendo; ya había gastado cincuenta y seis mil dólares para conservar el pellejo: coches, escondrijos a cuatro o cinco mil pavos la noche. Tarifas de riesgo: los hoteleros sabían que Mickey Cohen lo buscaba porque le había quitado la droga y la mujer, la policía de Los Ángeles lo buscaba porque había matado a un agente. El acecho de Cohen le impedía vender la droga: nadie actuaría, por temor a las represalias; a lo sumo podría entregarla a los hijos de Doc Englekling: Doc la conservaría, la empaquetaría, la vendería después y le daría un porcentaje. Doc había trabajado con Mickey y tenía sesos suficientes como para tenerle miedo; los hermanos, cobrándole quince mil pavos, lo enviaron al motel El Serrano y le estaban preparando la fuga. Ese anochecer dos mexicanos lo llevarían a un campo de judías y lo despacharían a Guatemala vía aerolíneas polvo blanco. Buzz tendría nueve kilos de heroína trabajando para él en California, siempre que pudiera confiar en los chicos de Doc y ellos pudieran confiar en los distribuidores.
[Random House. Traducción de Carlos Gardini]
Un motel abandonado en las colinas de San Bernardino; Buzz Meeks se registró allí con noventa y cuatro mil dólares, nueve kilos de heroína de gran pureza, una escopeta calibre 10, un 38 especial, una automática 45 y una navaja que le había comprado a un mexicano en la frontera, antes de ver el coche aparcado al otro lado: matones de Mickey Cohen en un coche sin insignias de la policía de Los Ángeles, polizontes de Tijuana esperando para hacer contrabando con parte de sus mercancías y arrojar su cadáver al río San Isidro.
Llevaba una semana huyendo; ya había gastado cincuenta y seis mil dólares para conservar el pellejo: coches, escondrijos a cuatro o cinco mil pavos la noche. Tarifas de riesgo: los hoteleros sabían que Mickey Cohen lo buscaba porque le había quitado la droga y la mujer, la policía de Los Ángeles lo buscaba porque había matado a un agente. El acecho de Cohen le impedía vender la droga: nadie actuaría, por temor a las represalias; a lo sumo podría entregarla a los hijos de Doc Englekling: Doc la conservaría, la empaquetaría, la vendería después y le daría un porcentaje. Doc había trabajado con Mickey y tenía sesos suficientes como para tenerle miedo; los hermanos, cobrándole quince mil pavos, lo enviaron al motel El Serrano y le estaban preparando la fuga. Ese anochecer dos mexicanos lo llevarían a un campo de judías y lo despacharían a Guatemala vía aerolíneas polvo blanco. Buzz tendría nueve kilos de heroína trabajando para él en California, siempre que pudiera confiar en los chicos de Doc y ellos pudieran confiar en los distribuidores.
[Random House. Traducción de Carlos Gardini]
Jazz Blanco:
Lo único que tengo es la voluntad de recordar. Tiempo cancelado/sueños febriles: despierto inquieto, temeroso de olvidar. Los retratos mantienen joven a la mujer.
Los Ángeles, otoño de 1958.
Hojas de periódico: una los puntos. Nombres, hechos: tan brutales que suplican ser relacionados. Pasan los años; la historia sigue dispersa. Los nombres están muertos o son demasiado culpables para contar nada.
Estoy viejo y temo olvidar:
Maté hombres inocentes.
Traicioné juramentos sagrados.
Saqué provecho del horror.
Fiebre: en esa ocasión, ardiente. Quiero ir con la música: girar, caer con ella.
[Random House. Traducción de Hernán Sabaté]