Sólo sé que no me he enterado de nada: supuestamente esta es una novela existencialista pero a mí me parece de lo más positiva, a la manera que lo eran las grandes tragedias griegas en las que se buscaba la katharsis. No hay nada más trágico que lo que sucedió a Edipo, por eso los espectadores y ahora lectores tenían y tenemos que hacer lo posible para aprender de los errores de los demás y adaptar nuestra estrategia vital para no caer en la náusea. Todos los humanos no somos capaces de sobreponernos, aún así, el mensaje está ahí para quien lo quiera hacer suyo, que Sartre tuviera esta intención o no a mí me resulta irrelevante.
La vida es una mierda, la vida es cruel, esto es un hecho, ahora bien ¿qué vas a hacer? Esto lo dice también el budismo, es el no añadir sufrimiento al sufrimiento. Ah, que después de la náusea no hay nada… Bueno, habrá en esta vida lo que cada uno en su libertad y responsabilidad decida o, en palabras de Sartre:
«La vida tiene un sentido si uno quiere dárselo».
Roquentin no es tan diferente de cualquiera de nosotros en medio de esta pandemia (hago un inciso para decir que La peste de Camus está en mi lista de lecturas). Buscamos apagar el silencio, comunicarnos por todos los medios tecnológicos para después abrrurrirnos de los demás. ¿Os imaginais el confinamiento sin internet? Sólo hace unos años que lo utilizamos y ya es tan importante como el fuego. El ser humano es repugnante en general, lleno de miserias, busca constantemente fuera para validarse, para encontrarse en el tener y refugiarse en el ego, por eso es necesario (en sentido filosófico de obligatoreidad) que decidamos buscar un sentido y no acabar como Roquentin, nuestro solitario protagonista aburrido de sí mismo. El rayo de esperanza que supone Annie, una antigua novia, lo arroja al precipicio, porque sin amor estamos desconectados de los demás. Ese es uno de los mejores momentos de la novela, al menos narrativamente hablando: resulta devastadora la descripción del momento en que Roquentin oye cómo se cierra la puerta tras él, la puerta al amor como redención, también al amor de la amistad que pudiera haber mantenido con el Autodidacta:
«Tú sabes que ponerse a querer a alguien es una hazaña. Se necesita una energía, una generosidad, una ceguera… Hasta hay un momento, un principio mismo, en que es preciso saltar un precipicio; si uno reflexiona, no lo hace»
No obstante, un tema que me resulta relevante es el del paso del tiempo, ya que para Sartre sólo el presente importa, pero el protagonista se sitúa frente a frente con el pasado. En efecto, para un existencialista el futuro no existe, el hombre está abocado a la muerte, pero no se menciona y aquí tenemos una de las grandes contradicciones de esta novela. A pesar de que Roquentin parece caer en una espiral absurda piensa en escribir un libro.
«Pero llegaría un momento en que el libro estaría escrito, estaría detrás de mí y pienso que un poco de claridad caería sobre mi pasado. Entonces quizá pudiera, a través de él, recordar mi vida sin repugnancia. Quizá un día, pensando precisamente en esta hora, en esta hora lúgubre que espero, con la espalda agobiada, que llegue el momento de subir al tren, quizá sienta que el corazón me late más rápidamente, y me diga: fue aquel día, aquella hora cuando comenzó todo. Y llegaré —en el pasado, sólo en el pasado— a aceptarme».
Siento el spoiler, pero merecía la pena atender a varias cuestiones al respecto. En primer lugar, este hombre aherrojado a un mundo pestilente y aburrido decide subirse a un tren y escribir un libro que “de sentido a su pasado”, por lo que no considero que sea el comportamiento básico de alguien para quien la vida carece de sentido. Si pensáramos que Roquentin sufre depresión, que yo no lo creo, tendríamos que tener en cuenta la definición de la depresión que nos dejó el eminente neuropsiquiatra ya fallecido, Carlos Castilla del Pino: la depresión es la ausencia de proyectos, pero Roquentin tiene uno y no uno cualquiera: a. encontrar sentido a su vida y b. dejar un legado, es cierto que es un proyecto renqueante y que lo quiera hacer no quiere decir que lo culmine, es más, es ciertamente probable que, de estar depresivo, tuviera este propósito y no se levantara de la cama, pero eso no se nos cuenta.
Por otro lado, tengamos en consideración una pregunta que el inefable filósofo y neuropsiquiatra, Viktor Frankl, fundador de la logoterapia y el análisis existencial y autor, entre otros libros de El hombre en busca de sentido, hacía a sus pacientes según entraban en la consulta: “Y usted ¿por qué no se suicida?”. A partir de semejante cuestión indagaba en los intereses del paciente para hacerle salir de su náusea. En este mismo sentido, Albert Camus, con quien Sartre tenía mala relación por envidia a mi modo de ver, decía: “El acto más importante que realizamos cada día es tomar la decisión de no suicidarnos” (la cursiva es mía), esto es con otras palabras lo mismo que decía Sartre, porque es evidente, como también decía el filósofo austríaco Wittgenstein, incomprensible para mí en general salvo esta frase: “No sé por qué estamos aquí , pero estoy seguro de que no hemos venido a pasarlo bien”. En fin, algo podremos decir al respecto, ya sabemos que la vida es una tómbola. Como bien explica uno de los psicólogos clínicos y Catedrático de la Universidad de Toronto más famosos de la actualidad, Jordan B. Peterson, que la vida es horrible y cruel es obvio, ahora bien, ¿cómo vamos a lidiar con eso? Pues debemos tener voluntad para aceptar la vida para expandirnos, aprender nuevas habilidades que cambiarán tu estructura genética, si no nos ponemos en esa posición, no utilizaremos nuestras posibilidades y nos sentiremos cada vez más impotentes, lo que nos llevará a una espiral destructiva. Lo contrario, no beneficia solo al individuo, sino a su familia y comunidad. La clave del pensamiento de Peterson, autor controvertido, es que todo lo que tú hagas importa, porque no solo influye en ti sino en tu círculo y así sucesivamente. Es cierto que no sabemos qué hará finalmente nuestro protagonista, el lector lo decidirá y yo hoy me he levantado optimista.
En resumen, no voy a decir aquí que Sartre fuera un romántico empedernido y que la historia con Annie pudiera haber sido lo que diera un rayo de luz a la vida de Roquentin, sino que es una novela incongruente y literariamente poco interesante. Tampoco voy a decir que sea un pestiño, pero está trasnochada, salvo algunas cuestiones estilísticas que he encontrado muy refrescantes. Me ha sorprendido la vivacidad de los diálogos y el ritmo, rápido, sobre todo al principio, aunque no me ha gustado el retrato del personaje. Lamento haberlo comparado con Camus, pero hay una diferencia cualitativa como del agua al vino. Con todo, me ha hecho reflexionar y eso es lo relevante. Digamos que La náusea no me ha resultado tan nauseabunda como el intercambio de amantes de Sartre con su pareja y no lo digo como algo moralmente reprobable, sino humanamente triste: miserias tenemos todos y el que esté libre de pecado que tire la primera piedra.
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