ÉRAMOS JÓVENES Y HERMOSOS
Éramos jóvenes y hermosos
y no lo sabíamos.
Éramos fuertes y puros
y la fuerza y el amor
se nos escapaba entre los dedos,
por los poros de la piel,
en el brillo de la mirada…
Tanta luz ciega el espíritu.
Pero luz con luz se une.
El mundo y los ojos
brillaban juntos
y todo era vivido
con la pasmosa naturalidad de los sueños.
¿Era acaso eso, la vida, un sueño hermoso
y nada más que eso?
Por desgracia despertamos un día.
Y eso nos pareció exactamente la vida: un hermoso sueño
extinguido.
La luz del mundo
declinaba lentamente.
La luz de nuestras pupilas
brillaba aún, pero ya
no era suficiente.
La frialdad de las cosas
repelía nuestro calor.
Y el espíritu se iba enfriando
en silencio y despacio
como un fuego olvidado por una caravana entre
un círculo de rocas.
Nos hemos desperdigado y nos hemos perdido
y en la noche, de tanto en tanto, alguien grita,
una voz nos llega, honda y sombría, desde muy lejos,
y por un instante el alma se estremece y una brasa salta
entre cenizas frías.
Hay calor aún. Hay manos que esperan.
Pieles que se frotan. Miradas que se buscan.
¿Y esta noche larga, durará por siempre?
Las montañas oscuras empujan las preguntas hacia arriba.
Las muerden y las escupen. Juegan con ellas.
Mientras en la tierra
la caravana se precipita, callada y muda,
errática y ciega
al fondo de la noche.
(poema perteneciente a "El final del banquete", Pretextos 2017)