Eres consciente –al menos yo lo soy– de que la eternidad lo va a devorar todo a su debido tiempo, y que cualquier huella que dejes acabará por desaparecer, porque ser consciente de ello es una parte esencial de tu trabajo: la sensación de arrancar un gajito de tiempo, de detenerlo, de hacer que se quede quieto. Si no por el bien del lector –en algún lugar en el futuro–, sí al menos por tu propio bien, durante un instante, en tu escritorio, una calurosa tarde de verano o un frío día de invierno (sí, es importante). Y al mismo tiempo sabes que, en realidad, no importa un comino, porque la pertinaz naturaleza del tiempo en relación con la vida no es otra que consumirla, el tiempo consume la vida hasta convertirla en huesos, hasta reducirla a polvo, como quien dice, polvo eres y en polvo te convertirás y todo eso, pero durante un instante eterno, tu trabajo podría, o no, habitar en el fuego de las neuronas, de cerebro en cerebro, en el suave silencio del tiempo, sí, del tiempo, y luego desvanecerse, o más bien precipitarse, a la nada.
[Del relato "Confesiones"]
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Se produjo un conflicto entre lo que se esperaba y lo que ocurrió. Sus dos jóvenes hijas nunca tendrían una madre, y nadie volvería a oír jamás su preciosa voz –cantaba en un coro de góspel–. En los meses que siguieron nuestro dolor continuó haciéndose más punzante y, entonces, un buen día, empezó a disminuir poco a poco hasta que los recuerdos de ella –su risa alegre y luminosa, sus preciosos ojos– empezaron a borrar el doloroso día de su entierro.
[Del relato "El Artista Terminal"]
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El problema es que mi hijo ve al hombre que soy ahora y no a los hombres que fui antes de llegar a ser el hombre que soy ahora. El hombre que soy ahora es una consecuencia de su presencia en mi vida y, por tanto, no estoy nada, pero nada cerca del hombre que era antes de que él existiera, y ese hombre, al parecer, tenía una enorme vitalidad esquilmada por las responsabilidades que llegaron con el nacimiento de su hijo.
[Del relato "Paternidad: tres"]
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Anota esto: Me gustaría que mi cuerpo estuviese a la vista, quiero llevar una camisa blanca e impecable, una corbata negra, pantalones oscuros, y mis zapatos italianos cosidos a mano. (Por favor, llévalos a que les pongan las suelas nuevas). Me gustaría que la empresa funeraria se encargase de limpiarme bien la piel de debajo de la barbilla, que se me irrita después del afeitado, y de recortarme las cejas y los pelos de las orejas y la nariz. Por favor, inclina un poquito el ataúd para que sea imposible no ver mi cuerpo.
[Del relato "Instrucciones para un funeral"]
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Miró arriba, a la ventana, y luego otra vez a los árboles, y pensó: "Estoy harto de cuentos, lo más probable es que éste sea el último, el de Chéjov, porque cada uno requiere un peaje, una determinada energía que era limitada desde el principio, incluso cuando tenía el brío de la juventud, y cada cuento –los que funcionaron– me daba algo de mecha para escribir el siguiente, pero ahora lo único que obtengo son pequeños chispazos que apenas me dan para un poema. Hubo un tiempo en que era capaz de crear cuentos a partir del caos y del vacío del mismo modo en que una vez metí la mano bajo el colchón, estando en aquel antro de rehabilitación de borrachos, y saqué mis cigarrillos clandestinos, el paquete arrugado y blando y, contraviniendo las normas, me puse a fumar en la ventana, mirando al cielo, sintiendo el alivio y el subidón de la nicotina. Mucho después usé algo de eso en un relato, lo ordené y le di cierto sentido, cuando, en realidad, no es que tuviera mucho en el momento en que ocurrió, aunque yo sabía, de algún modo, de la forma en que todos los escritores probablemente sepan, que algún día podría ver la luz, cuando mi vida encontrase la estabilidad necesaria para continuar con el trabajo".
[Del relato "Carver y Cobain"]
[Sexto Piso. Traducción de Francisco González López]