Hace unas semanas atrás el mundo nos pertenecía. El calendario estaba cargado de proyectos “inaplazables”, de citas “ineludibles” y en nuestras mentes el viejo proverbio “no te jactes del día de mañana; porque no sabes qué dará de sí el día”, se nos antojaba un recurso de biblieros y procrastinadores. Hasta que llegó la pandemia para aclararlo todo.
La fragilidad de la vida, de lo cotidiano, es quizás una de las primeras lecciones que debemos aprender en estos días de cuarentena. Aprender o, quizás mejor, “recuperar”, sobre todo a la luz de las cifras de fallecidos y de contagiados que no paran de aumentar, y ante la cierta incertidumbre de que no sabemos cómo resultará todo. Tomar conciencia de lo efímero, de lo frágil de todo, quizás pueda hacernos más fuertes. Seguir leyendo el artículo aquí.
Artículo publicado en el diario La Prensa, 14 de abril de 2020.