Cuando la realidad presente se traduce en correr hacia metas poco claras e incluso misteriosas, escribir tweets o sms, enterarse de noticias por la televisión sin tiempo de plantearse si se trata de una información verdadera o manipulada, me entran ganas de recorrer el tiempo en sentido inverso, huir de una cultura fundamentada en la rapidez de la comunicación visual y regresar al ritmo lento del lenguaje hablado y escrito.
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Nosotros, la sociedad de los adultos, tenemos la obligación de buscar estímulos para nuestros jóvenes, ayudarlos a construirse su propio cerebro, lo cual equivale a su comportamiento. Una responsabilidad que nos hace o debería hacernos temblar, porque se trata de construir la nueva generación, el mundo del mañana.
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La estrategia económica no mata ni envía al exilio a los hombres de pensamiento irreverente, pero los aísla sin piedad, los ignora, los degrada económicamente, como se hace con los enseñantes, con los investigadores y, por desgracia, con los pobres.
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El consumismo es hijo del pensamiento rápido porque el consumo ha de ser rápido para cambiar de deseo a toda velocidad y volver a comprar. […] El pensamiento rápido domina el mercado o mejor es la base de su éxito. Cuando el pensamiento rápido se muestra particularmente eficaz desata una bulimia del consumo que se convierte en deseo y al mismo tiempo en distracción, en huida de la realidad y de la depresión.
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El éxito evolutivo de los hombres rápidos traería la desaparición de todos los actos considerados inútiles, como la contemplación, la poesía y la conversación por el placer de charlar, y traería también un arte nuevo, el de la rapidez, donde la poesía sería un tweet y la pintura una pincelada.
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Desde un punto de vista cerebral, el niño es más creativo que los científicos y los artistas, pero la sociedad adulta pocas veces aprecia sus productos puesto que no presentan rasgos de utilidad, interés o empatía para la sociedad de jueces que los adultos forman.
[Alianza Editorial. Traducción de Carlos Olalla Linares]