LA CIUDAD EN VERANO
La ciudad en verano se desparrama y muestra sus vergüenzas. La ciudad en verano pierde el decoro. La ciudad en verano lucha contra el sopor y el tedio. La ciudad en verano es un barco con todos los marineros enfermos de malaria. La ciudad en verano ya no sabe qué quitarse, la piel desnuda de las calles arde al sol: pocos son los valientes que la pisan. La ciudad en verano está abierta y vacía, como una vieja caja de un viejo regalo que alguien no se molestó en tirar. La ciudad en verano se muda a la playa, al pueblo, a la piscina. La ciudad en verano cierra por vacaciones, y los que no cierran se esconden donde pueden. Hasta que la noche da un poco de dignidad a las calles indecentes. Hasta que la noche sube las persianas y los bares se llenan de vecinos con ganas de ciudad, de calle, de compañía. Las ventanas están sucias, las plantas resecas, las acequias no llevan agua, las nubes pasan de largo. Hace meses que no llueve y aún tardará en llover. Se puede montar un cine en la calle o en el solar, que antes estaba lleno de coches, pero la película no empezará hasta después de la cena, que en la ciudad y en verano se puede retrasar hasta bien entrada la noche. Y si hay suerte correrá un poco de brisa y se podrá dormir sin dejar la sábanas empapadas de sudor. En la ciudad en verano se vive de noche y se duerme, si se puede, de día. Y uno puede coger el coche y dar una vuelva sin tráfico y luego puede apartar delante de casa, que no todo van a ser inconvenientes. En la ciudad en verano parece mentira que los autobuses sigan circulando a su hora. El mundo se frena, pero no llega a pararse. Toda la plaza es tuya pero mejor busca la sombra. Al atardecer la playa se vacía y se llenan los bares. En la ciudad en verano las calles son para los valientes.