DE OTOLITOS, TALISMANES Y OTRO PRODIGIOS



Justo antes del caos, cuando el mundo aún era mundo y nosotros humanos todavía, en la pescadería de un supermercado cuyo nombre no viene ahora al caso, me sucedió algo asombroso: compré una corvina que tenía muy buena pinta y mientras la pescadera (que resultó ser, me dijo, la prima de un buen colega y me reconoció por una foto y un texto mío que este había subido a su muro de face el día anterior) la estaba limpiando, observé que escarbaba afanosamente en la cabeza, entre las agallas o el cogote o qué sé yo, no lo tengo muy claro... Escarbaba y escarbaba y por un momento pensé en aquellos entrañables nemátodos que hoy, dadas las circunstancias, nos parecen ya casi amigos, y tal cual se lo dije: ¿no tendrá anisakis, verdad? No, me contestó, es otra cosa, ahora te cuento... Siguió escarbando y escarbando en la cabeza de la sufrida corvina durante un buen rato, vi que finalmente extraía algo nacarado y brillante de su interior, lo limpiaba cuidadosamente bajo el grifo, y al ir a darme el pescado en una bolsa, mirándome a los ojos con aire de mucho misterio y complicidad, me puso en la mano dos pequeñas esquirlas relucientes y prodigiosas del tamaño de una uña de princesa y me dijo: hoy vas a aprender algo nuevo, poeta: son OTOLITOS: los radares y brújulas de las corvinas: con ellas se orientan en el océano y los lobos de mar, desde tiempos inmemoriales, dicen que traen suerte... Me vine a casa con ellos impresionado por el poema que había presenciado en directo y por las perlas que de él salieron, los mejores versos jamás escritos, los coloqué junto a otros cientos de poemarios y fetiches marinos en una de las estanterías de mi salón, y ahora, veinte días después, en medio de la confusión y el caos, mientras escribo esto desde mi celda, a modo de talismán, los tengo frente a la pantalla del ordenador y pienso que más que nunca los necesito, radares y brújulas para orientarme en el océano tras el naufragio... Preguntad a la pescadera de vuestro barrio y os asesorará: quien tiene un otolito, hoy, tiene un tesoro...


Vicente Muñoz Álvarez

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