Estamos en el octavo día de este encierro maldito en el que somos calcomanías de lo que fuimos... La desidia iracunda –que hace mella en mi organismo—, me atrapa poco a poco. Me he levantado a las 10:30, o sea, he perreado más de la cuenta. Por la noche, antes de acostarme, me dije: «Comienza tu diario cuarenténico». Pero, no atisbo el momento oportuno. Domingo 23 de marzo, vamos allá.
Sé que muchas personas harán lo mismo, es bueno leer los sentimientos –por lo menos eso dicen los psicólogos—. Yo lo hago porque me gusta escribir y punto.
En fin, seguiré mi rutina apocalíptica de reclusión por huevos y porque el puto coronavirus nos quiere fulminar a todos. Que se vaya a tomar por el orto que ya se ha cobrado demasiadas víctimas y las que habrán… a lo mejor mañana ya no estoy en este mundo. ¿O sí? ¿Qui le sait?
Mi partenaire es un enfermo coronario con cuatro bypass. Está dentro del grupo de alto riesgo; no puedo evitar devanarme los sesos pensando en… ¿Qué más da? Voy a preparar el desayuno y lo despertaré para desayunar juntos, pero de lejos. Me apetece darle un achuchón, aunque me reprimo –como todos.
Estoy que me subo por las paredes, así que voy a montarme una clase de fitness casera donde las mancuernas son botellas o garrafas de agua. Hecha. He acabado más sudada que un pollo. Así que cabalgo hacia la ducha: calentita y acogedora como un abrazo materno. ¡Mola! Reconozco que me hubiera quedado un buen rato bajo el chorro. Sin embargo, no lo he hecho: hay que gastar lo justo.
Me he tragado un buen bocado grande de este domingo gris y lacrimoso. La ropa tendida en el salón porque hay tanta humedad que, fuera, no se seca ni de coña. Me recuerda las casas del siglo pasado o las calles de Nápoles donde la colada se cuelga en medio de las callejas. Una sensación a jabón del XX y a casas humildes, me sosiega.
¡Ahhh…! ¡Qué bien! Hemos comido paella. La he comprado hecha; soy una cocinera pésima y no tengo la menor ganas de aprender a guisar. Tenemos un chiringo de comidas para llevar que sigue abierto y, cuenta con paga, nos sale más económico comprar la manduca que hacerla.
Mientras mi chico hace la siesta, me he tragado el capítulo quinto de la segunda temporada de Kingdom. Un pensamiento ha girado, incesantemente, por mi cabeza: «Asia es el futuro». Desconozco qué ha pasado más tarde, ¡ah! Ya lo recuerdo… las tareas domésticas devoraron el atardecer simplón y hastiado de esta española de a pie. Esto no puede ser. En vez de corregir la novela que será un pelotazo. He buscado gel hidro-alcohólico por la red.
¡Joder! En Amazon pillé a un vendedor externo hijo de la gran puta, que vendía el envase de 500 ml de ANIAN a 35€ más gastos de envío. Un ladronicio absoluto ya que su precio habitual ronda los 5€. He denunciado dicho fraude a la megaplataforma, y, horas más tarde, el producto ha desaparecido de la web. No he parado de repetirme, ¿por qué los humanos somos tan execrables? Quizá nos merecemos esta horrible pandemia. Mis creencias son poco ortodoxas, pero haberlas, las hay… Un Dios que puede ser energía o materia, que puede llamarse YHWH, Mahoma o Buda… o lo que sea… Para mí, todos son el mismo. Un ente superior que nos ha abandonado o que, quizá, juega con nosotros. Desde luego es cruel y malvado. Sí, para muchos soy una hereje de hoguera. Lo dicho, ¿y qué?
Seguí un rato en Internet y me puse roja como una fresa madura cuando descubrí un tuit, del caballero de las letras, contestando a unos chavales que se quejaban del confinamiento. Le diría—: «Ciertamente tiene usted razón al afirmar: “Es un error enorme mirar el pasado con ojos del presente”. Añadiría—: “Igual de erróneo que mirar la juventud con los ojos de la vejez”.».
Y, aquí estamos, tras los aplausos de las 20:00 h que les profesamos a los agentes del orden, al personal sanitario, a los supermercados, a los transportistas, a los… a todos ellos y, también a nosotros los enclaustrados, que aguantamos el chaparrón con el culo apretado para que no salga la mierda. Manos que hacen ruido y arropan a este mundo perdido.
Antes de zamparme como una energúmena la tortilla de patatas de Mercadona y algunas lonchas de jamón, he bajado la basura y me ha invadido una grata sensación; las nubes se habían evaporado como por obra de magia. El aire freso y limpio ha golpeado mi rostro desde el patio al contenedor. Blande runner aún no llegó.
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@Anna Genovés
Domingo 22 de marzo 2020