Cuando descubrí “Los miserables” quedé fascinado por Javert, el malo de la novela, el implacable y rencoroso inspector que a pesar de que Jean Valjean le había perdonado la vida, hasta el final quería meterlo preso. Un malo “clásico”, con sus matices de gris, pero un malo.
En esta época de ficcionalización de todo, asistimos al sesgo narrativo que apunta a la banalización del malo como arma de propaganda para las bases de cualquier sistema democrático. La meta está clara: cuanto mejor hagamos parecer a los malos, mejor nos aprovecharemos del sistema y menos malos pareceremos. Así las cosas, Pablo Escobar es tan válido como Nelson Mandela: son personas con valores e intereses por el pueblo, paladines de los más necesitados, son −dicen−, agentes de transformación social. Seguir leyendo aquí.
Publicado en el diario La Prensa, 11 de febrero de 2020