UN DOMINGO CUALQUIERA
Prestar oídos al desnudo caminar
que tintinea en la casa vecina.
Exagerar un bostezo para oír
la voz que proviene de tu nicho.
Desangrarte en la penumbra de estas letras
sin que nadie suture tu soledad.
VESTIDOR PARA UN DÍA GRIS
Angustia ceñida al cuerpo,
serenidad anudada a mis pies.
Ojos que,
despojados del escudo
con el que batallan la claridad,
parecen orbitar
alrededor de mi cabeza
en busca de cualquier neón
a punto de desplomarse
que indique la salida.
Sí, me inquietan esos días de espesa bruma,
desnudos de sol y nubes.
Me turban porque ponen del revés
la fachada que enluce el aire,
dejando al descubierto mi ser.
DESPEDIDAS
A Noelia Espín y Anabel González
Odio las despedidas.
Creo que es lo único que en realidad odio…
y temo.
Cuando se acerca un adiós
el cuerpo comienza a pesar mucho
recordándote que
tras la mejor noche de borrachera
golpea la mañana con una resaca infernal.
El eco de antiguas carcajadas a pleno pulmón
retumba todavía en mi paladar,
dejando un presente de hiel y cenizas.
Si noto que el cauce de mis ojos
va a desbordarse de manera inmediata,
en mi cabeza empieza a repetirse
como una especie de mantra aquello de:
«soy siete veces más fuerte que tú…»
Sin embargo, ese infantil conjuro
no sirve para detener la riada
que ya ahoga mi rostro.
Sí, odio con toda mi alma las despedidas.
La incertidumbre de cómo y cuándo
me devolverá el tiempo a la persona que,
con su adiós,
se lleva una pieza del puzzle,
—cada vez más incompleto—
que soy.
Alicia Párraga, de Kairós (Boria Ediciones, 2020).
…el tiempo sucede, el tiempo siempre sucede. Lo vemos pasar mientras esperamos ese algo que el alma anhela desde su creación en la noche de los tiempos, ese algo que llevamos incrustado dentro, en lo más profundo. El tiempo pasa, el tiempo siempre pasa. Absortos asistimos a su historia mientras recordamos los momentos que hicieron confluir las estrellas.
Porque es eso el tiempo: espera y recuerdo. Lo que hay justo entre ellos es el instante, ese instante fugaz, y para siempre irrepetible, en el que querríamos instalarnos a vivir para toda la eternidad, o donde no querríamos haber estado nunca.
Los dioses, los mitos y las ninfas de una Grecia antigua han tomado tierra en estas páginas, Alicia los invoca para nosotros y hace que se acerquen para que podamos verlos de cerca. Están en el mar y en el aire y sufren el tiempo. Son como nosotros, insertados todos en el juego de Kronos, tienen el rostro de una madre y de un padre, tienen manos de abuelas que cosen, y respiran junto a nosotros al otro lado de la cama por las noches.
María Marín