CULPABLE DE MI CONDICIÓN
Soy un hombre de 37 años, de apariencia informal, con el pelo alborotado y algo de barba. Esto hace que haya gente que me mire de manera extraña; sobre todo cuando entro en una tienda o en algún portal. En los comercios a menudo las miradas de los dependientes me hacen sentir como un ladrón o un atracador. Puedo sentir el recelo y la sospecha en sus ojos; y el temor y la angustia cuando quien regenta el establecimiento es una mujer. Como si de repente fuese a sacar una recortada oculta en mi gabardina y les fuese a encañonar directamente a la cara antes de pedirles a voz en grito que abrieran la caja registradora. En los portales la situación es aún más dramática. Si coincido dentro con una mujer, la expresión que desprende su rostro me dice de inmediato que ella teme seriamente por su integridad; como si fuese a violarla o a estrangularla para robarle el bolso y después follarla salvajemente si no lo había hecho todavía. Podría pensar que toda esta circunstancia se debe a que simplemente he tenido la mala fortuna de toparme con gente especialmente hipocondríaca, y que en realidad todo esto no tiene nada que ver conmigo; pero cuando la misma situación se viene repitiendo de manera regular desde hace más de 15 años, creo que es el momento de empezar a mirar en otra dirección. Hace poco estuve hablando con un amigo de todo esto, y resulta que a él le viene ocurriendo exactamente lo mismo desde hace demasiado tiempo. Parece que ser joven en nuestra sociedad es toda una amenaza; y no ir afeitado ni vestido con camisa y corbata toda una declaración de guerra.
FILOSOFÍA PRÁCTICA
-…¿Sigues en ese rollo de la literatura?
- Sí, pero las cosas no funcionan como yo quisiera. Creo que voy a empezar a escribir libros que me den dinero de verdad. Algo del tipo: Cómo ganar un millón de dólares en dos semanas o Cómo ligarte a cualquier mujer en cinco sencillos pasos.
- Te aseguro que yo compraría esos libros… —dijo Mike continuando la broma.
- Por cierto, ¿solucionaste tus problemas con Alice? —preguntó Russell justo antes de llevarse una Budweiser a los labios.
- Ella me llama de vez en cuando, pero yo no cojo el teléfono.
- ¿Y por qué no quieres hablar con ella?
- Yo sólo hablo con putas. Son las únicas mujeres sinceras.
- No sabía que fueras un experto en mujeres.
- Bueno, sé unas cuantas cosas.
- ¿En serio? Dime algo… ¿A cuántas mujeres te has follado?
- No sé… A unas veinte…
- Las putas no cuentan.
- Entonces a tres.
- No son suficientes. Por lo menos tienes que follarte a diez. Entonces quizás empieces a saber algo. Eso o haber estado casado un par de veces. Uno tiene que haber estado en el infierno para poder comprenderlo.
- Oye —dijo Mike cambiando de tema—, necesito que me lleves a un sitio con tu coche.
- ¿Adónde?
- ¿Sabes dónde está la fábrica de neumáticos?
- ¿La fábrica de neumáticos? Estuve diez años trabajando allí. No me pidas que vuelva…
- ¿Por qué? Habrás estado otras veces… Aunque sea para visitar a tus viejos compañeros.
- ¿Para qué iba a hacer algo así? Un ex presidiario no vuelve jamás a la cárcel donde ha estado recluido.
- Mañana tengo una entrevista. ¿Cómo quieres que vaya entonces?
- ¿Qué tal en autobús?
- ¿En autobús? ¿Quieres que vaya hasta allí en autobús?
- Puedes ir como quieras, pero de una cosa puedes estar seguro; yo no pienso llevarte.
- Vamos, Russell. ¿Por qué eres tan cabrón? Creía que éramos amigos.
- Y lo somos, Mike, lo somos. Por eso mismo lo hago.
EL TEST DE RORSCHACH
- ¿Qué ve aquí? - preguntó el psiquiatra mostrándole la primera de las láminas.
- Un rinoceronte con un cuerno bien afilado y a punto de embestir.
- ¿Y aquí?
- La cara de un asesino.
- ¿Y en esta otra?
- Le veo a usted follándose a su madre y descuartizando a su padre.
- ¿Está seguro?
- Jamás en mi vida he estado tan seguro de algo.
- ¿Y en esta otra qué ve?
- Veo a una niña vietnamita después de que hayan bombardeado su poblado mientras varios soldados la sodomizan sin compasión.
- ¿Qué le sugiere esta otra imagen? —preguntó el doctor levantando el quinto dibujo.
- Veo a un predicador. A un embaucador. A un maldito farsante capaz de manipular a la gente y chuparles la sangre.
- ¿Y en ésta?
- Veo una vagina gigantesca que lo devora todo a su paso.
- ¿Y aquí?
- Ahí no veo nada. Ahí no hay absolutamente nada.
- ¿Y en esta otra?
- Veo un cerebro cortado en transversal para poder estudiar su funcionamiento.
- ¿Y qué ve aquí?
- Veo la fuerza primigenia del universo.
- ¿Y ahora qué ve? —preguntó el psiquiatra levantando la última de las láminas.
- Veo un holocausto atómico y a la humanidad desintegrándose por completo.
Alexandre Drake,
de Némesis (Camelot Ediciones, 2019)
Walter
Me gusto el segundo relato, tiene ese ritmo que le hace sentir a uno que está cerca de la mesa y escucha la conversación casi sin querer.