Yo soy Eisejuaz, Éste También, el del camino largo, el comprado por el Señor. Paqui está aquí. Ya sale el sol. Ya sale el tren. La campana del tren, la campana del franciscano. El último tramo del camino de Eisejuaz empezó. El auto del reverendo sale para Salta porque es la fiesta de los gringos noruegos; los hijos se ponen corbata de moño para la fiesta y son como cría de gallina. "Hoy es tu cumpleaños, Lisandro –decían– y pasado mañana la fiesta del noruego". Pero Eisejuaz no puede volver con los noruegos. Ya terminó el segundo y el tercer tramo de su camino.
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Pero yo dije:
-No voy a comer. No necesito nada. Me mordí la lengua solamente.
Y en mi corazón decía al Señor: "¿Por qué pasó esto?". Era de día, y todo lo veía como de noche. Forzaba los ojos, y veía oscuro. Miraba, y veía negro. El alma ya se quería escapar. No había sitio para ella, vacía como estaba. Sin fuegos, sin hamacas, sin casas para los mensajeros del Señor lista para irse, no había sitio para ella en el mundo sin los ángeles que atan al mundo.
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Paqui habló solo. Y lo oí, sentado afuera en la casa.
-Hijo de perros, bestia hedionda, ¿quién te creés que soy? Mataco inmundo, vagabundo, por los caminos sin camisa, con un palo en la mano. Salvaje. Pobre corazón, pobre Paqui viejo querido, cómo te ves, dónde quedaste. Y aquel traje de hilo, a viejo llorón hablando de tus hijos, cobráselo a tu abuela, viejo llorón. Y el traje marrón cruzado, con chaleco rayado. ¿Por qué tienen que llamarme traidor ustedes, hijos de ratas, si no quedó ninguno para contar la historia? Paqui, Paqui querido; mataco hijo de mil perros.
Entré, me senté cerca del fuego. Y lo miré.
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Les dije:
-¿Creen que Eisejuaz no sufre? Es jefe, y no nació para ser jefe. Ha visto al espíritu que lo habita y conoció su nombre, pero sus hermanos están fuera de ese nombre. Y las razones de esto no las sabemos.
Uno de ellos:
-No comprendemos todas tus palabras pero comprendemos cómo nuestra vida se ha vuelto mala.
Yo les dije:
-¿A dónde irán los piojos del hombre que muere? Ya su cabeza se enfría. Ya huyen, turbados y perdidos, sin saber a dónde van. Ciegos corren por el polvo, ajeno, enemigo, que no los recibe. Angustiados, no saben a dónde los guía su corazón. Buscan nuevo calor, allí se meterán, sin elegir. Si hay piojos en aquel lugar, malo será el encuentro. Si quieren vivir allí, se harán insoportables. Lavados, morirán, unos y otros. Ciegos y turbados han corrido, sin saber a dónde ir. Su cría bajo la tierra, con aquel hombre muerto, olvidará el calor y los mensajeros de la vida. Los gusanos serán sus compañeros, y su recuerdo se perderá. Así digo a mis hermanos matacos y también a los tobas: ¿a dónde iremos, ahora que el monte se ha enfriado? A los chahuancos, a los chiriguanos, a los chaneses y a todos digo: ¿adónde iremos? No hay lugar para nosotros ni allá ni acá. Allá el ruido de los blancos termina con nuestro alimento. Y aquí nos alimentamos de peste y de miseria.
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Dije:
-Ha terminado nuestro tiempo y el de todos los paisanos. Ahora cada cual debe vivir como pueda. Por qué nos ha tocado nacer en estos tiempos, no lo sabemos. Todos los hombres tenemos la ceguera como triste herencia.
[Malas Tierras]