y las nubes están extendidas como un inmenso edredón por el cielo,
un jubilado con sombrero de cazador limpia sus gafas
y después se para a observar cómo los obreros asfaltan la calle con su apisonadora, solamente han dejado un carril abierto para el tráfico y
uno de ellos lo dirige con entusiasmo, demasiado, pero los coches no le
hacen caso y pasan
despacio mientras suben rápido las ventanillas para que no les entre el olor
a alquitrán y el ruido de las máquinas,
yo me alejo de esa calle principal y me voy por las callejuelas que la cruzan,
la guindalera es un barrio sin tráfico, con adoquines y calles estrechas,
un cerezo rosa brilla entre todo el gris del cielo y de las calles,
aquí hay mas tranquilidad, y se puede pensar un poco mejor y se pueden
oír los ruidos de la ciudad;
vamos tirando dice el portero de una casa a una señora
que le ha preguntado qué tal, los negocios de estas calles sobreviven
como pueden, ya no quedan videoclubs ni librerías,
pero sobreviven los bares de mala muerte con la tele encendida,
yo no tengo nada que objetar,
no soy nadie para juzgar la evolución,
la evolución es dios
Darwin un profeta
y la realidad su inmensa iglesia
con un gato negro que se chupa una pierna en lo alto del muro como si
fuera su púlpito,
y lo llamo y se queda paralizado
mirándome
esperando un solo movimiento para salir corriendo,
en tensión,
preparado,
¡Ey gato!
mira
es comida
y hago que como,
me acerco
y el gato pega un bote y se aleja rápido y elegante como un
rayo iluminando una noche de verano,
sé que si hiciera esto mismo durante unos días a esta misma hora
acabaría comiendo de mi mano,
no es solo cuestión de intercambiar, escuchar, hablar,
perdonar, ni siquiera es una cuestión de poder,
las repeticiones dentro del tiempo son la clave para doblegar la
voluntad de las
cosas, y puedes doblegar la voluntad de las personas,
y hasta puedes doblegar tu propia voluntad y la
voluntad de la verdad dentro de las palabras,
así supe del poder del insistente golpe del martillo,
y que las personas todas merecen una oportunidad,
hasta los enemigos. Sigo caminando,
la iglesia de este barrio es gigante,
está abierta pero no hay nadie dentro,
no se escucha nada, ni un alma
no hay ni dios,
justo al lado, haciendo esquina hay una pequeña floristería
y en la puerta hay una chica colocando unas rosas
agachada, doblando las rodillas como si todo lo que hiciera fuera pecado.
Juan Cabra