Igual al viento en las rosas es eso que acaricia mis oídos.
¿No es acaso mi nombre, pronunciado lentamente?
Hacia lo más profundo del corazón dirigiré a mi amante.
La sequía del sol sobre los labios los hace quebradizos.
Silencio. Se escucha el hielo bajo la sombra de las rocas.
¿No es acaso el miedo lo que antecede a la magia?
Crepita la nieve como ramas temblorosas bajo los pasos.
Todo lo que no puede decirse arde. Arde
también todo lo que no dejó amarse con suficiente intensidad.
De la compasión nacen las semillas del trigo, de la suerte
nacen otras estrellas más altas. De la pura pena
he nacido yo, de plumaje más bien pardusco
y apariencia pajaril. Haciendo un montoncito de tierra
creo una almohada sin flores y allí me duermo.
Caballos negros cruzan la pradera remota.
Muero sin saber cómo podría hacer
para que se dejaran acariciar. Mi mano vacía
es una ala tronchada bajo el rostro.
Susana Barragués Sainz