Ardí en hogueras
que logré apagar
con mis propias lágrimas.
Me rompí tantas veces
que los puzles de mil piezas
me parecen un juego de niños.
Desperté en mitad de la noche
arrancándole el disfraz de sueño
a unas cuantas pesadillas.
Me convertí en contorsionista
a fuerza de intentar ocupar lugares
que nunca estuvieron hechos a mi medida.
Aprendí a esquivar algunos golpes,
cansada de ser lo más parecido
a un puching ball inmortal.
Bebí más de lo que pedía la sed
y acabé haciéndome el boca a boca
demasiadas mañanas de resaca.
Besé sin amar y amé
sin llegar a besar lo suficiente.
Colecciono cicatrices
de todos los riesgos
que jamás me importó correr.
Estuve ciega, sorda y muda.
Siempre termino jugándome
todas las cartas
porque no puedo esconder ases
en mi desnudez.
Y ahora,
llegados a este punto del trayecto
y si aún crees en los te quiero
que pronuncian tus labios,
nunca pidas que deje de ser yo.
María Guivernau