Ha parado el pensamiento y ha parado la lluvia, las cremalleras ascienden por mis botas, el pantalón, la chaqueta de cuero, cada escalón hacia la calle es como un golpe decidido de tambor. El bullicio desmadeja la avenida, la gobierna una intensa conciencia vertida en sonido. Fluyen los pasos, las risas, las voces, el pentagrama vital de la ciudad ha comenzado a estirarse en callejones, la música se mueve, mi cuerpo avanza entre sus notas y silencios. Escucha, el oído es un órgano de luz cercano al pensamiento, sube el andante hacia el allegro ma non troppo, arrebatado fa mayor que se refugia progresivo en do menor, o esa alegría del sol mayor que se apacigua y desciende hasta el nublado, siento caer una redonda a través de un largo beso al pentagrama, recuerdo a George Brassens, "le banc public", las ligaduras entre notas como madres que enlazan a sus hijos, o aquellas prisas que corren como fusas, crecen semicorcheas en la risa, avanzo ajena a mi posición de pentagrama ¿acaso alguien me escucha en este trueno?. Recuerdo las canciones que mi padre silbaba en mi infancia, no se parecen a mi vida esas canciones, tantas cosas inútiles y bellas aprendí siendo niña, sabía entornar los ojos hasta difuminar toda la luz de la tristeza en las farolas, escribía poemas, reconocía a mi abuela fallecida en el ocaso de ese nácar celestial, eran cosas, como digo, inservibles, profundas y hermosas. Recorro la avenida, el ambiente ya parece enloquecido, se han abierto pentagramas, han saltado las claves, su armonía, sus notas, sus silencios, como pájaros dispares, de pico a pico, por parejas, como un trabajo colaborativo hacia el cielo, y van tendiendo con su canto nuevas líneas, heptagramas, octogramas, dodecagramas, llenos de signos que se cuelgan y descuelgan de su sitio, suena la música en el aire cada vez más veloz, más discrepante, más audaz, del allegro al vivace, y luego al presto y al prestissimo, todo se adhiere a la frenética energía, hasta que duele una punzada de límite en el pecho. El sonido ahora es ruido y busca una salida por la que dispersarse, cierro los ojos, unas notas se alejan de otras, baja una gota de mi frente hasta mi boca, otra, otra, otra, caen en firme y me dejo llover, hasta ir despacio del vivace al allegro, después non troppo, andante, adagio, lento, luego se mete el silencio del agua en la fuente y voy quedando sola en mitad de la plaza, con un caballo de piedra a mis espaldas, con esta especie de salvada soledad que se despierta tras el ruido y comienza a desnudar como me siento.¿Quién me anda por dentro? ¿ qué sentimiento ha venido a cavar la fosa del poema?. A veces es fácil confundir la tirantez del dolor con el brusco apagón de un orgasmo, es la ciega visión hacia un abismo, encontrarse a sí mismo después de la embriaguez y alguna pieza rota sin pegar, o lo que es peor aún, bien adherida, y aún así descolocada de su sitio.
Mónica Manrique de Lara