El verano se ha alargado más de lo habitual este año y por lo que a este blog se refiere. No es que me haya olvidado de vosotrxs, sino que la vida a veces va más deprisa o despacio de lo que nos gustaría. Tanto si esta excusa, barata por lo demás, os sirve o no no me concierne. Lo cierto es que la frecuencia de mis entradas pasará a ser quincenal o no será, lo que me concederá un tiempo imprescindible para otros menesteres, primordiales, en este momento. Espero que las críticas de las lecturas que vienen os resulten interesantes
Me encuentro inmersa en un proceso de cambio a todos los niveles y esto, por lo que a la literatura se refiere, y por lo que a mí respecta, sólo quiere decir que voy a lo seguro. Nada de experimentar cuando vas pisando huevos por la vida, motivo por el cuál, he ido a uno de mis grandes referentes, Alfredo Conde. En este caso, como en otros que vendrán, relacionados con vivencias y la narración de esas vivencias, algo que tiene que ver con mi próximo trabajo. Para los que no me conocéis, este blog no sigue modas sino mis propios impulsos.
Noa, la protagonista, es hija de un cura, nacida del amor y amada por su padre, no tanto por su madre, algo psicológicamente mucho más peligroso. Es probable que ese sea el detonante de esta búsqueda en la que el sexo, sin ser lo más importante de la novela sea relevante. Veamos. Todos tenemos una idea de nuestra identidad que intentamos alejar de nuestra identidad sexual, pero son una. No es que seamos lo que deseamos pero tampoco lo contrario. En el fondo la pregunta es si es necesario el amor y también si lo es el sexo y dado que la protagonista es una mujer y el autor no (distingamos autor de narrador), el conocimiento de las mujeres se hace imprescindible o toda la estructura de la obra se iría al traste, lo que, por fortuna, no sucede, y sí la convierte en un alarde introspectivo.
Empieza lenta, como todas las obras de Conde, para terminar apoteósica. Noa utiliza unas sesiones de carreras por la naturaleza para pensar en su vida. Es difícil entrar en el personaje por el lenguaje lírico que no esperaba y que sea a la vez tan racional como para medir el amor y también el sexo, pero así vamos siendo a medida que maduramos: hacemos caso a nuestra mente, olvidamos lo que no debemos y recordamos lo que no queremos las más de las veces, lo que nos convierte así en la cantidad justa de los intersticios de ambas. El gran acierto de Conde ha sido no intentar diseccionar cómo es una mujer, ni decirnos lo que lleva dentro, ni mucho menos juzgar o idolatar. El ser humano es más bien poco pero difícilmente definible, incluso para sí mismo. Nos engañamos e intentamos hacer lo propio con los demás. La familia, tantas veces problemática nos sirve de marco en esta historia para dar voz a una vida que debe ser inequívocamente nuestra y que Alfredo Conde, una vez más, nos anima a reivindicar.
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