Hace unos días decidí que, de toda situación mala me quedaría con lo bueno. Raro en mí pero pensé mucho en cambiar mi visión de las cosas. Esta mañana, una persona se arrojó a las vías en la Estación Agüero de la línea D, ocasionando la molestia, a todos aquellos que viajábamos al trabajo o de regreso a casa (mi caso), de dejarnos sin transporte ya que el servicio se interrumpió. Me bajé en Scalabrini Ortiz, dispuesta a tomar el colectivo 152 hasta el Bajo y de allí esperar el colectivo 159, que es el micro que me deja a 10 cuadras de mi domicilio. No pude hacerlo debido a la cantidad de gente que había en cada parada. Lejos de embroncarme, caminé y caminé hasta dar con la Estación Pueyrredón y ahí me metí a hacer la combinación entre líneas H y A hasta Plaza de Mayo. Dejé pasar tres formaciones porque me fue imposible subir dado la congestión de personas. Finalmente, cuando pude atrapar un tren, emprendí el camino hasta Plaza de Mayo. Decía que, de todo lo malo me quedaría con lo bueno. ¿Qué fue lo positivo de esta experiencia? El vivir al revés de la sociedad. Mientras todos los seres humanos corrían y protestaban por demorarse en sus horarios laborales u obligaciones, yo paseé observando las cúpulas de los edificios sin el apuro ni el estrés del resto. Es más, agradecí no llevar la vida que todos llevan. Diez y cuarenta am estuve en mi hogar (salgo a las siete), cansada pero conforme con mi condición de mujer nocturna.
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