Juan Gil Bengoa: 3 poemas



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¿Crees que el mar se evaporó?
¿Que enterrados fósiles aguardan su inmortal destino arqueológico?
¿Su oleoso perfume a petróleo?

Las aguas se retiraron del reseco decorado
para que caminases por esta infinita playa
a la que un día –indómita marejada– retornarán inexorables.

¿No percibes su antiguo oleaje?

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En la plaza me han advertido que no me fíe de semejante charlatán, pues su pirómano trastorno lo lleva escrito en un sanatorio del que permiten que escape a ratos. Se pega a mi costado como una lapa. Me insinúa que aquí corro peligro, que ha muerto mucho hermano en Irak por nuestra culpa. Muestra su viejo reloj de muñeca, me pide que se lo cambie por un mechero. Asegura que vivió en Clermont-Ferrand, también en Artigues. Que quemaba los montes de los infieles y los pasaba a degüello con su daga. Que él solo, hace mucho tiempo, acabó con el mayor bosque del norte de África. Un inquietante brillo mesiánico endurece sus ojos cuando me susurra al oído: Mire a su alrededor, está hablando con el hombre que originó el desierto.

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Has abierto el paisaje:
hiere la luz
hiere el tiempo de lejanas esperanzas.
La mujer que te prometió su amistad
recordará tu nombre
recordará algún poema
cuando su tiempo se desvanezca
teñido de perdurable felicidad.

Ahora, monarca solitario de ceniza y arena,
aprendiz de nómada,
extraviado de Ain-Sefra, donde un río de lodo
y piedras ahogó la voz de aquella mujer indómita,
recorres tu tiempo en el yermo paraje
de un cementerio que guarda la macabra broma
de morir ahogada en el desierto.

Lejos de la furia atlántica
lejos del hondo abrazo del Sena
contemplas al atardecer su tumba.

Más allá, Taghit.

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.Juan Gil Bengoa, En jardines de arena

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