Estoy cansada de ver las mismas caras. Cada día, al abrir esta reja que separa mi bar del mundo, entra, sin mirar, la misma gente de siempre, a las mismas horas, sin nada nuevo que decir. Este lugar se ha transformado en un maldito templo de la saciedad. Prostitutas que terminan su jornada, escritores fracasados que utilizan los rincones más oscuros como oficina, hasta un cura, que por error de cercanía viene a tomar café. Da igual lo que yo sirva, da igual si no enciendo las luces, el local es una cueva húmeda, plagada de trogloditas sin estímulo alguno. Para colmo hoy es miércoles, hace gris, cala los huesos, la madera, hasta el hierro cala. La madre soltera busca otra presa. Jacinto, el viudo, regresa a por otro litro de soledad. Las historias se amontonan debajo de los manteles que, aún, no he querido cambiar. Dejo morir este antro, llevo años, suicidándolo, pero estos imbéciles regresan cada día, en silencio, a los gritos me miran, me zarandean con sus mierdas, me insultan al pagarme. Esperaré, quizá mañana, alguno, dé el primer paso.
Natacha G. Mendoza,
de Los bares del diablo
(Ediciones Escondidas, 2019)
César Requesens
Gran libro. Una delicia de lectura. Certera y puta la palabra desnuda.
César Requesens
Pura*