No cabe duda. Me he dado cuenta nada más verte. Así que eres español. Llevas puesto el equipo completo. Tu pulserita con la bandera de la tienda de chinos o la que compras a los negros que se saltan las concertinas de la valla que vienen a quitarte el trabajo. Tu polo camisero con la bandera enroscada al pescuezo que ha fabricado un taiwanés de Taiwán. Al retrovisor del coche, junto al viejo Elvis y el rosario en tu coche alemán. En la cartera, de cuero marroquí. Te entiendo. Tienes miedo a perderte. A perder la cabeza y que la gente no sepa de dónde eres. Tu nacionalidad. Lo pone en tu carné de identidad. Hasta en tu declaración de hacienda. Pero no es suficiente. Eres español, qué cojones. Estás orgulloso, aunque si te preguntan por qué, quizás no sepas explicar muy bien el motivo de tanto orgullo. Naciste aquí, como pudiste hacerlo en Zambia o en Mongolia. Igual. Resulta interesante, no creas. Algunos te dirán que algo así no es para estar demasiado orgulloso. Otros te dirán que sí. Que mucho. Por ejemplo, esos españoles que aman las mamandurrias y el dinero que hurtan al resto de contribuyentes. Ya sabes. Los de la cesta de manzanas podridas. Los de los casos aislados y los brotes verdes que salvaron la patria del suicidio perroflauta. Los que prefieren que la sanidad pública no sea tan pública y que los colegios sean un poquito más privados, porque la educación y la salud no puede ser para todos. ¡Paga, coño! Los españoles de bien lo hacen. Españoles que prefieren pagar menos impuestos que el resto de los españoles. Les encanta el sistema tributario español, pero sólo para que se lo apliquen a los demás. Son españoles de paraíso fiscal. Que tributan en el extranjero, lejos de su amada España. Españoles que no quieren que el resto viva por encima de sus posibilidades. Para eso ya están los grandes empresarios. Los de las concesiones de las autopistas. Los constructores que hinchan la burbuja. Los comisarios de las cloacas y los jueces que los protegen. Españoles que aman España y sus puertas giratorias, que anhelan con toda el alma una España próspera y grandiosa. Así lo explicaron en 1939. Después, otros cuarenta años de explicaciones. De educación. De desaparecer españoles en las cunetas. No puedes negar que eres uno de esos que matarían por haber estado en el gran funeral de la Plaza de Oriente. El del Generalísimo, Caudillo de España, por la Gracia de Dios y de la Santa Madre Iglesia, apostólica y romana, sí, pero sobre todo, muy española. En noches claras y de luna, todavía puede escucharse a su emérita majestad ulular su juramento de fidelidad al dictador y al movimiento nacional. Está todo atado. Atado y bien atado. Eso fue lo que dijeron.
Sí. No cabe duda. Son españoles. Españoles que adoctrinan. Que mandan callar. ¡Sentarse, coño! La España del señorito se ha desmonterado y salta al ruedo ondeando sus moqueros rojigualda y sus tricornios. La transición silenciosa no les cortó la coleta. Había que amnistiar. Amnistiar y olvidar. Olvidar los crímenes. El genocidio. La lesa humanidad. Ahora, una España alza de nuevo el brazo. Como Mussolini. Como los hitlerianos de Hitler. Entretanto, la otra España supervive. Supervive y calla. Calla y se abstiene mientras el aguilucho o el charrán de la bandera ondean la sombra de la patria sobre su eterna pobreza. Pero, no te lamentes por ellos, querido español. La culpa es suya. No trabajan. No se esfuerzan. No como buenos españoles. Igual que esas mujeres que gritan igualdad. Marimachos, feminazis que no quieren parir ni cocinar o que los hombres, ¡bendito sea el señor!, no les peguen. Y no es que lo diga yo. Lo dicen en los periódicos, y los periódicos no mienten, ¿verdad? Son españoles, ¡dios santo! Llevan la patria muy adentro. Por eso hacen lo que hacen. Con la rotunda razón del porque sí, con la del porque no o con la de que los cojones de un español de pura cepa nunca se equivocan. España y verdad no son siempre lo mismo. A veces, ni siquiera se parecen. Eso lo saben bien los dueños de los medios. Son españoles, sí, pero también ricos, y les agrada la idea de preservar la salud de su riqueza. Ellos te cuentan lo que hace la ministra. El presidente. Los desaprensivos bolivarianos de la oposición. Los que quieren romper España. Esta España tuya. Esta España vuestra. Te lo dirán las veces que haga falta. Hasta convencerte de que lo que dicen es cierto ¿Cómo sabrías lo que hacen si no? Es un asunto delicado. Imagínate que se les diese por mentir. Por manipular la verdad. Es casi imposible. Ni te imaginas cuánta españolía riega las venas de toda esa gente. Españolía y sobres. Sobresueldos de contabilidad B. Pura Marca España. Capitalismo off-shore y amnistía fiscal para amigotes. Lo que no se escribe no existe. Lo que nadie ve. Lo que nadie escucha.
No cabe duda, amigo. Eres español. Un español que nunca volvería a llamar a un fontanero o a un electricista que haya robado en Su casa, pero que, bueno, si se trata de un tipo con traje y una buena colección de estampitas, no dudarás en volver a otorgarles tu confianza porque, si algo te han dejado bien claro mientras desahuciaban cientos de miles de familias, o precarizaban tu trabajo o robaban de las arcas públicas o recortaban tus derechos, es que sí, que cuando llegue la hora y vuelva a romper el alba, sonreirán con fruición al escribir un nuevo renglón olvidado de tu Memoria Histórica con la estupidez de tu tinta roja.
El lobo está aquí
(Rafael López Vilas),
de Lobo come Lobo
(próximamente en Versátiles Editorial)