Dealguien



De Alguien


Mauricio se mira los pies con espanto…

¿Cómo narices tengo unos pies tan feos? —se pregunta con una mueca áspera—. Y prosigue su soliloquio—: Nadie en mi familia tiene los pies regordetes y cortos como las botifarras. Pies de Picapiedras para andar por el monte como las cabras, pero soy de ciudad. Y qué mal lo he pasado con los zapatos… Mis amiguetes con Castellanos y yo con botas ortopédicas para poder caminar con la soltura de Shrek. Pero, ¡claro! De donde no hay no se puede sacar; siempre con la misma cantinela.

Todos los inviernos uñeros. Y, a medida que me salieron espolones… ¡peor! Encima, ahora que trabajo como cuidador de mi pobre esposa –con una fibromialgia de cojones—, uno no puede permitirse ninguna flaqueza.

—Mauricio, cielo, ya sé que tienes el pie malito… pero necesito que salgamos de compras. Hace falta café, muesli, agua… y etcétera. Vamos lo de siempre –le dice su mujer desde el pasillo.

—Pilarín ayer me quitaron la uña del pie… ¿No podríamos ir a Consum mañana? La verdad es que tenemos de todo.

La esposa se pone como un basilisco. ¡Pobre! Seguro que le duelen hasta las pestañas para ponerse así, piensa Mauricio. De inmediato, pese a que no se hubiera levantado del sofá –el dedo le molesta como si estuviera en la fragua de Vulcano—, se viste como puede y sale con una sonrisa Profidén ensayada en el espejo para no poner cara de queso agrio.

Al girar la esquina de la calle coinciden con varios vecinos y tiene que dar la explicación de su cojera. Bueno, la verdad es que Mauricio se queda prácticamente callado y es Pilarín la que entra en detalles y, de paso, explica cómo se encuentra ella. El esposo cavila: “¡Con lo bonica que es mi chica! ¡Cuánto necesitaría que sus amigas, en vez de huir como si tuviera lepra, la hubieran apoyado! Yo, por lo menos, tengo dos horitas para pasear por la mañana y, si se tercia me voy a jugar a la petanca para aliviar los malos rollos”.



Ya en el supermercado, la mujer hace y deshace como le viene en gana. Mauricio siempre en segundo plano para que ella se sienta a gusto dentro de su cadena perpetua. Hace años que dejó su identidad para convertirse en la extensión de su parienta por el amor que le profesa. Se encarga de la casa, de las medicinas, de las consultas médicas, de cómo está en cada momento. Vamos que vive por y para ella.

Mauricio es consciente que padece una especie de síndrome de Estocolmo; a veces, no sabe cómo actuar para que su hembra esté lo mejor posible. ¿Y qué recibe a cambio? En ocasiones pasteles y otras, mierda. Por este motivo, de tanto en tanto, le ronda por la cabeza ir a un puticlub a echar un polvo salvaje –recordatorio de sus tiempos mozos con alguna que otra gacela—. Otras, sin embargo, le gustaría subir a un tren y aparecer en el culo del mundo o… ¿por qué no? Estamparse contra un autobús y acabar con la vida que le ha tocado vivir por cojones.

Dicen que siempre se puede elegir, pero Mauricio no está de acuerdo, piensa que la vida te escoge…  Puede que tu estrella sea blanca o negra. A ver si no; él se casó con un bombón exuberante y saludable, ¿cómo iba a saber que cinco años más tarde se convertiría en un amasijo de padecimiento con todas sus consecuencias?

Empero, esa tarde es especial y sus pensamientos van más lejos; han visto un nuevo episodio de El cuento de la criada y le da vueltas a la distopía que plantea Margaret Atwood. ¡Coño! Piensa. Distopía y de la buena es la vida misma. Claro, de momento aquí no se cuelga a nadie del muro ni se ahoga con un yunque a los que comenten adulterio… ¡Válgame Dios! ¡Cuántas atrocidades! En esta realidad que nos toca vivir, la distopía es diferente... El asunto es que se comienza a dar más concesiones a los animales de compañía que a las personas –un día de estos los vemos sentados en el foro de los dragones como parte del consejo de… ministros. A lo mejor trabajarían más que los corruptelas que tenemos—. Se les conceden más permisos a los ciclistas y patineteros o similares… que a los peatones. Si dices esto eres rojo y si dices aquello, azul. Te hacen un escrache por menos que canta un gallo. Te cierran la cuenta de FB si pones una imagen ligeramente sensual de una chavala, un chico, un hermafrodita, un travesti, una lesbiana o un transexual; porque los chotos y los mojigatos proliferan como los hongos.


Si le dices un piropo con gracia a una señorita… por ejemplo: “¡Guapa!”. Corres el peligro de que te lleven a la comisaría. Cada vez te cosen la boca más pronto: “No hagas esto, no digas lo otro, ten cuidado con aquello”. ¡Menudo asco! Al final echaremos de menos otros tiempos por duros que fueran y lo digo yo, izquierdoso desde que nací por convicción y por la gracia de tener unos padres de la FAI y unos abuelos republicanos hasta la médula. Pero, actualmente, o eres bisexual y tienes un chucho, como mínimo, o no te comes un colín.

Y si fuera mujer… ¡ya te digo! Me iban a decir a mí que por paridad iba a obtener un puesto de trabajo sabiendo que un caballero tiene más CV que yo, Nanai de la China; ya lo conseguiré por méritos propios cuando los posea. Y si tengo más conocimientos que los machos contrincantes, ¡a por él! No por mi género, sino porque lo valgo. Soy feminista y está claro que las damas han sido maltratadas por la sociedad desde que se acabaron los matriarcados allá por el Mesolítico, pero es imposible que unos años se equiparen con muchííííísimos siglos. Y cuando oigo –por poner un ejemplo, que hay muchos— que las feminazis sueltan: “¡Compresas fuera! Volvamos a los trapitos de la abuela porque son más higiénicos y contaminan menos”. Les contestaría: “¡Y una mierda! Que cada mujer haga lo que quiera en esta y en todas las cuestiones de su vida. Perdón, amigas y compañeras, no tenía intención de insultaros, pero no me habéis dejado otra opción porque una cosa es sugerir y otra, muy diferente, querer obligar". Lo que yo digo, cada vez tenemos menos libertad. Al final volveremos a la prehistoria para estar en paz con la naturaleza y con nosotros mismos. Ni calvo ni tres pelucas, estamos en el siglo XXI.

Por otro lado… lo de ser de este o aquella, está a la orden del día. Por ejemplo, los cuidadores estamos enganchados a nuestros queridos enfermos, da igual que sea el papá de cien años que la esposa de cuarenta. Los ciudadanos a los gobiernos que nos roban hasta lo que tenemos bajo las piedras. Los sintecho al cielo que les cobija. Los delincuentes a la madedería. Los militares a los superiores de vara y mano suelta. Hasta el mismísimo Dios está enganchado a sus feligreses, aunque no conteste nunca; tendríamos que llamarlo Detodos.


¡Hala Mauricio! Espabila que esto del pie no es nada y estás dando por culo desde hace demasiadas semanas. Ya sabes que careces de privilegios a no ser que tu patrona te otorgue un bulo papal determinado, hace tiempo que cambiaste tu nombre. Recuerda… No te llamas Mauricio. Te llamas, Depilar.

En resumidas cuentas: todos somos Dealguien, termina por decirse a sí mismo. 

@Anna Genovés
17/05/2019

P.D. Por cierto, cuando se refieren a las personas, los humanos... etcétera, deberían llamarnos: Delmóvil.

Lao Ra - Patrona (Official Video)

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