ya muerto,
escucho la proscrita osadía de tu voz yerma
bajo la semblanza vacilante de esta eternidad ya desgajada.
Cual arbitrio y ambigua entraña,
impuntual esgrimes lo adulterado de tu angostura encumbrada
empuñando imprecisa la significación de este escenario.
Me pregunto quién mora en la bitácora de tu sinrazón urgente,
quién revienta lo bizantino de la respiración
que a mi inexistencia ofrendas anárquica y súbita,
quién inexpugnable dentellea los vestigios de tu convulsión
y culterano se desboca sobre la indigencia de mi mudez profética;
cuál será la terminación de tu extemporánea palabra,
cuál el sigilo que soliviantada custodias
bajo la religiosidad infecunda que en tu vientre hoy anida.
Hoy ante ti,
ya muerto,
acaricio mutilado por el dimorfismo de tus venas
la postración concluyente de esta obscenidad ya imperturbable.
¿Quién sustenta el sacramento de mi aniquilación desvaída?
¿Quién palidece ante la declamación ampulosa de mi pesadumbre sin cielo?
¿Quién derrama, entre tormentas, la esclerosis asimétrica de mi abolición fragmentaria
e indócil se descompone sobre las celosías de tu excomunión sectaria?
¿Cuál será la contorsión de tu halda desmedida?
¿Cuál el hontanar al que encarnizada y acerba sacias
ante el aturdimiento incesante que en tu esqueleto hoy habita?
Insumiso... contemplo la deformación figurada de tu piel primera.
Penitente... la vestimenta impostora de tu agravación compilada.
Insalvable... el reclamo oneroso y vacuo de tu embestida incauta.
Hoy ante ti,
ya muerto.
Ainhoa M. Retenaga