Las soldadesas, de Ugo Pirro



A las cuatro salíamos de los acuartelamientos y daba comienzo el paseo por Volos; íbamos y veníamos, una y otra vez, por el paseo marítimo, como los domingos en nuestros pueblos, y después, a las cinco, nos reencontrábamos en el comedor. Comíamos a toda prisa y acto seguido corríamos a tirarnos en el catre, a esperar a que nos subiera la fiebre. Todos teníamos malaria y nuestra jornada concluía a las cinco. Así pues, solo nos quedaba una hora para pasear y procurarnos una mujer. No era difícil, pero a menudo el amor necesita la complicidad de la oscuridad para crecer y consumarse y, sin embargo, la fiebre nos desarmaba antes de la puesta de sol.
A pesar de todo, algunas tardes no aguantábamos en la cama y la necesidad de abrasarnos con otra cosa que no fuese la fiebre se apoderaba de nosotros. Nos atiborrábamos de quinina y con los oídos zumbando marchábamos al prostíbulo a hablar italiano, a beber y a cantar sin moderación.


[Altamarea Ediciones. Traducción de Gerardo Matallana Medina]

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