No conocíamos en España la obra de Chris Offutt, escritor norteamericano nacido en el 58, y este año tendremos disponibles dos traducciones: ésta que nos ocupa, Kentucky seco (un libro de relatos que acaba de publicar Sajalín con traducción de Javier Lucini, escritor, traductor, editor y prescriptor literario de primer orden) y Mi padre, el pornógrafo (memorias que pronto editarán en Malas Tierras, con traducción de otro grande: Ce Santiago). Vaya por delante que ésta es una de las grandes sorpresas y alegrías del año, porque Kentucky seco es un pelotazo. Y supuso el debut de Offutt: nueve relatos ásperos, protagonizados por la gente que vive entre las montañas de Kentucky, gente sin suerte y acostumbrada a los bocados agrios y a las penurias diarias.
El propio Offutt dice en el epílogo que su libro nació de la desesperación y de la esperanza, que quiso escribir unos relatos donde su gente pudiera reconocerse, donde se reflejara la dureza de la vida en las montañas. Sus historias están en la línea de las de otro grande, Larry Brown, aunque juraría que Offutt despliega algunas imágenes más crudas: en uno de los relatos, una madre encuentra al padre del narrador ahorcado en un árbol, y debajo ve al perro de la familia, aún vivo, al que ese hombre le ha roto todas las patas porque no le podía reparar la primera fractura; este pequeño pasaje nos forma una imagen en la cabeza que ya no se nos olvida y que actúa de espejo de una mente desequilibrada, la del tipo enfermo que, no pudiendo arreglar algo, lo destroza. En otro de los cuentos, a otro padre le apestan los pies porque nunca se descalzaba, ni siquiera cuando estuvo en prisión, ni siquiera en las duchas de aquella cárcel. También hay personas a las que atacan los osos, tipos que fallan un tiro y acaban hiriendo a sus colegas, viejos huraños que viven solos en los bosques…
Chris Offutt es un hombre que ha conocido el dolor y las ganas de emigrar de un agujero, la falta de empleo y la convivencia con gente analfabeta y sin oportunidades. Su modelo para estas historias, narrativamente hablando, fueron los escritores que provienen de las minorías: quiso aprender el enfoque para representar una realidad que los medios suelen distorsionar. Quiso huir de la imagen cómica de los habitantes de Los Montes Apalaches, pintados como paletos y descerebrados, para devolverles su lugar en el mundo y su honor, porque todos ellos (como señala el autor) son "gente que se esfuerza en sacar adelante a su familia". Ejemplar me parece el primero de los relatos, "Serrín", donde el narrador se prepara para el examen de educación secundaria, lo que provoca las mofas y la hilaridad de muchos de sus vecinos, que empiezan a llamarle "letrado"; con ello sólo quiere demostrar a los demás que no tiene serrín en la cabeza. Este personaje asume que vive en un lugar al que nadie viene y del que la gente sólo quiere marcharse, y Offutt lo retrata, concediéndole la palabra, como alguien a quien se le debe respeto, alguien que, a pesar de todo, camina con el orgullo en la mirada.
Kentucky seco es un compendio de cuentos extraordinarios, pulidos hasta la obsesión, dotados de esa amargura que caracteriza a los lunes por la mañana en que nos toca hacer algo que no queremos hacer, y también es como un trago de whisky sin aderezos (sin hielo ni agua ni refrescos que lo suavicen): un sorbo seco y amargo que quizá nos obligue a toser, pero que luego nos deja un regusto fantástico en la lengua.
[Sajalín Editores. Traducción de Javier Lucini]