Que de polvo de oro hay hoy en la ciudad.
Bandadas de gatos y mendigos huelen
a los niños y a los ciegos de atar.
Los borrachos siguen en la plaza como patos de hígados hinchados y productivos.
Beben en los canales y en las macetas
de los mercados de flores donde muchachas
rubias con cazadoras negras preguntan
como se fuman las grandes pipas de hash.
Raúl muerde hasta los huesos. Tiene hambre de labios, de piernas, de bocas grandes y saliva y costillas
que suenan al viento.
Esta ciudad se desnuda.
Sale la luna aullando.
Va despacio entre los parques,
busca sus dátiles,
a las parejas atornilladas,
los bares donde siempre se ama demasiado
y hay ratas y sueños,
sueños incumplidos
que pasaron a mejor vida
y vuelven al calor del décimo gin-tonic.
Los ángeles no suelen
hablar nuestro idioma.
La muchachas se estremecen
en nuestra presencia.
Raúl, con la cara partida
en mil pedazos de amor sigue creyendo
al igual que yo
que, a veces, se envidia a la muerte.
Ramón Guerrero