El animal más triste, Juan Vico, Seix Barral, 2019, 197 pps.

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Hay novelas que tienen la insoslayable virtud de establecer diálogos, íntimos unas veces y generales otras, con el cine. Existe toda una generación de autores, entre los que me cuento, que narran cinematográficamente. Tal planteamiento no es suficiente, a pesar de su riqueza y virtudes, pues la génesis a la hora de escribir es un concepto motriz, casi mecánico. Contamos las historias a partir de los lenguajes que nos han construido: la oralidad, lo corporal (y, por supuesto el deseo, tan importante en esta novela), la cinefilia más recalcitrante y la literatura como asidero. Todos y cada uno de ellos no dejan de ser formas y caminos de estructurar un relato. A partir de ahí, se ha configurado un reducto de escritores que ha convertido lo cinéfago en leitmotiv de sus creaciones, ya sea incluyendo conceptos temáticos al respecto o con nada superficiales juegos de referencias cruzadas. Juan Vico se encuentra, desde mi punto de vista, en este último grupo.
Obviamente, El animal más triste no es únicamente una suma vacía de jugosas y muy bien traídas referencias culturales. No. El autor, a través de una prosa rica y plena de hallazgos netamente literarios, somete a un grupo de jóvenes y no tan jóvenes a las más contundentes y desestabilizadoras cuestiones universales: ¿Quién soy y qué quise ser? ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué rasgos culturales y emocionales me definen? ¿Cómo enfrentar la creación o el pasado? Y, por si todo esto fuera poco, lanza una soterrada salva de reflexiones críticas sobre la concepción de la alteridad y sobre ese gusto tan pequeño burgués de ver metafóricamente los toros desde la barrera. Son visiones personales y universales sobre la naturaleza humana. No es poco. 
Sin embargo, y por afinidades evidentes, voy a incidir en la cuestión audiovisual más subjetiva. Durante la lectura y tras ella, sometido a la voluntaria tiranía del recuerdo, no dejé de escuchar en mi cabeza la célebre frase de Gene Hackman en La noche se mueve. Él ya sabe que su pareja, Ellen, le engaña, pero ella desconoce este extremo. Antes de salir le pregunta:

- "¿Quién va ganando?
-Nadie...unos pierden más que otros", responde él, lacónico, hablando supuestamente sobre el partido de fútbol americano que está viendo en la televisión.

Quizá ese descubrimiento, el de que unos pierden más que otros, y los otros lo hacen sin saberlo y así hasta el cómputo general y sartriano de que todos perdemos en el camino sea para mí uno de los ejes de esta espléndida novela.

                                                                                                                        

                                                                                                                                 Juan Laborda Barceló

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