A la memoria de Álvaro B.
Éramos casi irresponsables, casi insolventes, casi noveleros, casi menesterosos, casi ilusos, casi crápulas, casi poetas… Y éramos jóvenes. Defendíamos a capa y espada la poesía de Cesar Vallejo, los cuentos de Cortázar, la trompeta de Charlie Parker, el guitarreo de Kortatu, la voz lastimera de Gardel. Defendíamos a muerte el Frente Sandinista, el Frente Patriótico Manuel Rodríguez y cualquier frente que surgiera en cualquier parte para tocarle las narices a la oligarquía, al Tío Sam y al resto de mandamases occidentales. Éramos carne inútil de FP, carne de una mili maldita, carne explotada de vendimia, carne resignada de INEM. Éramos todo eso y algunas cosas más mientras el tiempo y la vida nos iba agarrando poco a poco por los huevos. Y cuando nos dimos cuenta, éramos ya sobrevivientes, teníamos un currelo odioso cualquiera, unas novias que compartían vagamente nuestros disparates libertarios y nuestros sueños literarios, pero que a la hora de la verdad, a efectos prácticos, nos ponían los pies en el suelo. Y tras la semana estúpidamente laboral, los sábados por la noche nos lo fumábamos y nos lo bebíamos todo, casi pastoreados por ellas, tan condescendientes. Y nos reíamos, nos carcajeábamos por las calles de la madrugada como solo pueden hacerlo dos compinches borrachos, los brazos sobre los hombros, cantando a las barricadas o adelante marchemos compañeros o Dolores se llamaba Lola o rechiflao en mi tristeza. Pero ya intuíamos que eran los últimos disparos de nuestro particular ejército vencido porque nos esperaba el lógico fracaso, la retirada por caminos paralelos que se irían poco a poco bifurcando en la forma de un casamiento, una hipoteca, la letra de un coche, un hijo o dos, mientras nos agarrábamos al empleo de mierda como a un salvavidas hasta el día patético que nos jubilásemos o la diñáramos de cualquier cosa. Era la inevitable caída en picado, sin paracaídas ni gloriosos cortes de manga. Qué bueno, broder, que ya lo sabíamos, que en algunas de aquellas primeras noches de chavalotes de barrio, de porro compartido y futbolín, nos mirábamos fugazmente y nos decíamos, con dos cojones, compadre, todo va a salir mal y nos parece estupendo.
Domingo López, del libro inédito La vida fulana.