Aleksandra Lun: Los palimpsestos.
Editorial Minúscula, 2015.
* Reseña publicada en el número de febrero de la revista Las Críticas.
Anomalías
«Me llamo Czesław Przęśnicki, soy un miserable inmigrante de Europa del Este y un escritor fracasado, hace tiempo que no mantengo relaciones sexuales y estoy ingresado en un manicomio de Bélgica, un país que lleva un año sin gobierno».
Es el comienzo de Los palimpsestos, primera novela de Aleksandra Lun (Gliwice, Polonia, 1979), publicada en 2015 por Minúscula y clasificada por la propia editorial como «un libro fascinantemente anómalo».
Una de sus anomalías es haber sido escrita en español, una lengua no materna para la autora. Lun lo explica de este modo para Las Críticas: «Yo nunca he tomado la decisión de escribir en español porque es algo que me resulta natural. Cuando escribo escucho una voz y esa voz me habla en español. Traducirla al polaco o a cualquier otro idioma de los que hablo sería doble trabajo».
Lun se suma así al raro círculo de autores aquejados por el mal del escritor extranjero, impulsados a escribir, por un motivo u otro, en lenguas distintas a la propia. «Llevaba mucho tiempo investigando a los escritores que habían cambiado de idioma. Lo que me interesaba era encontrar un denominador común entre los que habían tomado ese camino tan audaz. No lo he encontrado: cada escritor tenía sus razones particulares y su vivencia personal de escribir en otro idioma. Llegó un momento en el que estaba tan inmersa en el tema que el libro prácticamente se escribió solo», comenta la autora.
Y es el tema de Los palimpsestos lo que constituye, precisamente, la segunda anomalía del libro: Lun, ella misma bajo el síndrome del escritor extranjero, escribe una novela sobre el quid de este mal, convirtiendo a una de sus víctimas —el entrañable Czesław Przęśnicki, treinta y cinco años— en protagonista.
Przęśnicki, te queremos
A Przęśnicki, encerrado como hemos dicho en un sanatorio belga en el que todos aspiran a su recuperación, lo desvela la preocupación opuesta a la de Agota Kristof: no teme perder su lengua materna (el polaco), sino el antártico, su lengua aprendida, en la que ya ha escrito su primera novela, Wampir, «un fracaso editorial».
Ingenuo, reflexivo, repicado de inyecciones y con los nervios a flor de piel, Przęśnicki conmueve y llena de luz Los Palimpsestos: «Soy de anatomía flácida, pelo escaso y naturaleza sumisa, y la totalidad de mi pusilánime persona dista de constituir una fuerza atractiva para los ejemplares sanos del sexo masculino, tanto durante los regímenes totalitarios como en democracia».
Trece capítulos breves es todo lo que necesita Lun para construir su relato. En los doce primeros escuchamos a Przęśnicki narrar en primera persona el transcurrir de sus días en el psiquiátrico de Lieja. El último es una carta formal que la Asociación de Escritores Antárticos le envía.
Przęśnicki comparte habitación con el padre Kalinowski, un sacerdote polaco. Cada jornada comienza y termina de la misma manera sin que resulte repetitivo: un sueño, el dormitorio, el padre Kalinowski, los enfermeros, el tratamiento, encuentros con escritores apátridas, el despacho de la doctora impasible, regreso al cuarto y al sueño.
La segunda novela que Przęśnicki empieza a escribir se titula Kaskader (“doble” en polaco) y lo hace a escondidas, también en antártico, yendo contra el consejo médico recibido, en las páginas de un diario flamenco descubierto bajo su cama. «Estaba escribiendo mi libro en antártico en un manicomio como si hiciera el amor por última vez en un cuchitril de alquiler, en un acto con sabor a vitalidad y a ultimátum que los escritores nativos, como las parejas estables follando en un piso hipotecado, no podían experimentar».
La principal fuente de angustia para Przęśnicki es obvia: teme olvidar una lengua en la que ha aprendido a hablar… y a intentar vivir al completo. La lengua con la que, aunque fracasado, se ha hecho escritor, desafiando a los nativos. «Tenía la esperanza de que hablar el antártico y alguna otra lengua no solo me ayudaría a integrarme en el extranjero, sino también me convertiría en un políglota o una persona feliz».
A este respecto y sobre la adquisición de otras lenguas dice Lun: «Concibo el conocimiento de otros idiomas como un antídoto y una protección contra la locura. Uno de los aspectos de esa locura es creernos la realidad con la que se nos presenta cuando nacemos en una lengua concreta. Sabiendo idiomas podemos trascender la visión futbolística del mundo en el que nuestro club es siempre mejor por la simple razón de que sea nuestro». Pero también añade: «Un inmigrante carga con las expectativas de quién debería ser en la cultura de llegada, en las que no cabe un uso natural de su lengua adquirida en situaciones que no sean de pura necesidad, como el trabajo o la socialización. Desde esta perspectiva, hay fronteras que no debe traspasar, como apropiarse de la lengua adquirida. Este razonamiento de tintes colonialistas es una ficción para cualquiera que haya pasado un tiempo en otro país».
Ionesco-Valleinclanesco
De principio a fin, el absurdo sirve a la tragicomedia en Los palimpsestos, bordeando lo irracional y lo esperpéntico. Una corriente de humor prevista quizá para amortiguar el sufrimiento del protagonista. «El registro satírico fue algo que también se gestó de manera natural. Hay temas que son demasiado importantes como para hablar de ellos en serio», señala Lun.
Un juego cómico que funciona y que plantea preguntas muy precisas para las que cada cual debe encontrar su respuesta. «¿Anarquía literaria, es lo que quiere? ¿Y dónde estaría la patria de cada escritor? ¿Cómo se clasificarían los libros en las bibliotecas?». «¿Cree que ellos (los nativos) saben mejor cuál es nuestra lengua materna? ¿Cree que ordenándonos a nosotros ordenan su propio mundo?». «¡El concepto de la lengua materna está gastado!». «Si escribiese en mi lengua materna, lo que escribo se volvería particular. Vosotros no sabéis que la lengua materna siempre lleva el peso del automatismo».
El exilio como hecho literario
Una lengua es un país sin fronteras. Abandonar esa patria segura del idioma abre la puerta al cambio… y al distanciamiento: los otros no entienden quién eres, pero tampoco comprenden que al aprender esa lengua ajena te has transformado en alguien nuevo.
Escribir en otras lenguas te compartimenta: cada idioma revela un mundo y una identidad. Nabokov, Vonnegut, Beckett, Schulz, Cioran, Conrad, Blixen, Ionesco, Kristof, Schackleton, Gombrowicz, Nabokov... todos ellos y varios más desfilan por Los palimpsestos. Laia Fábregas, Jumpa Lahiri, Eva Hoffman, Aleksandra Lun. Y los que nos dejamos. Y los que seguirán.
Nadie elige su primera lengua. Pero a menudo olvidamos que las adquiridas también son impuestas por las circunstancias. Un país —una cultura— se mece en la melodía de su lengua (entre otros elementos). Puede que se ame un país si se ama su lengua, y que resulte igualmente cierto lo contrario.
¿Otorga mayor libertad creativa la falta de tutela inconsciente por parte de un idioma? Przęśnicki escribe porque es escritor y porque no quiere perder una lengua que ha adquirido sobre la materna, pero es su caso nada más. Una lengua es tu libertad última, tu pensamiento. ¿Supervivencia vital o supervivencia lingüística? Si nadie nos entendiera, ¿seguiríamos aguerridos a nuestras lenguas? No se me ocurre pensamiento más siniestro que perder una lengua.
Cuestiones finales
La literatura es seguramente el arte menos universal y más críptico, pues depende, para ser trasferible, de las traducciones.
Los palimpsestos compone un himno a favor de la contracorriente y de la rotura de identificaciones lingüísticas. Vuela libre bajo el ala de su humor brillante, abriendo caminos amplios a nuestra interpretación. Hay estrofas y coros mordaces, escenas histriónicas, y un corazón de oro en el protagonista
Con esta novela Lun pasa —también— a formar parte de lo que Iwasaki llamó hace unos años “La Mancha Extraterritorial” (El Mercurio, 2014). Traducida ya al francés por Lori Saint-Martin y al inglés por Elizabeth Bryer, con locura y con razón, cosechará éxitos en todas sus lenguas.
* Aleksandra Lun (1979) nació en Polonia. Entre 1999 y 2010 vivió en España, donde estudió filología hispánica, interpretación y traducción. Actualmente reside en Bélgica. Los palimpsestos fue su primera novela.